COLUMNA: Se dice que: Los tres judíos del peñismo
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***Uno vendía cámaras de vigilancia con sobreprecio y contratos blindados. Otro entregaba drones israelíes al Ejército mexicano.1
Uno vendía cámaras de vigilancia con sobreprecio y contratos blindados. Otro entregaba drones israelíes al Ejército mexicano. El tercero ofrecía software de espionaje y, de paso, sobornos multimillonarios a Los Pinos. Lo curioso no es que se conocieran —aunque se intuyen rostros familiares en Interlomas o Bosque Real— sino que, sin aliarse formalmente, siguieran la misma lógica de acumulación bajo el manto protector del peñismo.
Ariel Picker, desde Seguritech, hizo del Estado de México un showroom de C5, alarmas, radares y contratos sin licitación. y Avishai Neriah, por su parte, tejieron una sociedad empresarial que rebasó la moral y las fronteras, invirtiendo —literalmente— 25 millones de dólares en “relaciones públicas” con Peña Nieto a cambio de contratos millonarios con Pegasus y otros sistemas de control. Los tres amasaron fortunas durante el sexenio, conectando negocios con el miedo, seguridad con vigilancia y poder con discreción.
Los une más que su pertenencia a la comunidad judía de Huixquilucan. Los une haber entendido —y aprovechado— que el Estado mexicano paga bien cuando se le vende paranoia, y que los gobiernos priistas, mientras más opacos, mejor negocian con quienes no necesitan aplausos, solo depósitos.
El club de los asistentes millonarios
Eran los hombres de confianza de Peña, y por esa confianza lo recibieron todo: contratos, protección, impunidad. Hoy viven del botín, no del currículum. Son la prueba viva de que en México, el poder no sólo se hereda: se reparte en silencio y se guarda en bóvedas. Y mientras todas las pulgas se las carga el jefe, ellos siguen oliendo a billete nuevo.
Erwin Lino, su secretario particular desde el Edomex hasta Los Pinos, sabía todo lo que pasaba y también lo que no debía pasar. Antero Rodarte, el operador invisible, fue señalado por Emilio Lozoya como custodio del cash sexenal: relojes, sobres, regalos y millones en efectivo almacenados en la llamada “bodega del presidente”. Jorge Corona, exsecretario auxiliar, terminó beneficiado con contratos para hospitales que nunca se terminaron. Y Luis Miranda, que cerró el sexenio como Secretario de Desarrollo Social, fue el enlace político clave para sostener los acuerdos que garantizaban estabilidad… y reparto.
Ninguno ha vuelto a trabajar. Ninguno ha respondido a la ley. Pero todos llevan al menos ocho años viviendo como nuevos ricos: autos blindados, inmuebles de lujo, cuentas sin fondo visible. Si alguien duda de dónde quedó el dinero del peñismo, que mire a sus asistentes. No dejaron huella digital, pero sí aroma de bóveda abierta.
El fuego no viene por su mal trabajo
Ariel Juárez no está en el centro de la polémica por incompetencia ni por deshonestidad, sino por algo más grave en el ecosistema mexiquense: haberse atrevido a pisar intereses. Desde la Junta Local de Caminos, el funcionario puso orden donde antes había repartos, limitó contratos inflados, exigió entregas con calidad, y sobre todo, cerró la puerta a constructoras apadrinadas por políticos que veían en la obra pública una caja chica. Desde entonces, le llueven acusaciones disfrazadas de denuncias éticas.
Uno de los ataques más intensos proviene de una diputada morenista de Texcoco, con vínculos familiares y comerciales con una empresa constructora que buscaba más contratos —y mejores pagos—. Al no obtenerlos, la estrategia cambió: acusarlo, deslegitimarlo, presionarlo públicamente.
No es una crítica técnica, es una vendetta económica. Y no es menor: lo que está en juego son cientos de millones en licitaciones, facturas retenidas por obras incompletas y el control de una dependencia estratégica. En el fondo, se trata de enviar un mensaje: quien interrumpe el festín, será servido como plato principal.
Porque en la obra pública mexiquense, los demonios de los grupos político-empresariales andan sueltos… y no perdonan a quien les cierra el paso.
Plan de desarrollo… o plan de negocios
En Metepec, el proceso para reformar el Plan Municipal de Desarrollo Urbano ya está en marcha. Pero más que un ejercicio técnico de planeación territorial, parece perfilarse como una herramienta de rediseño a la medida de intereses político-económicos. El grupo que hoy controla el Ayuntamiento —una alianza informal de funcionarios, empresarios locales y operadores electorales— no piensa el territorio como un espacio colectivo: lo ve como una matriz de oportunidades privadas.
Sin reglas claras, sin criterios públicos de evaluación, sin participación ciudadana vinculante, la reforma podría convertirse en una puerta abierta a la especulación inmobiliaria, al uso discrecional del suelo y a la multiplicación de privilegios para unos cuantos. Cambios en densidades, ampliaciones de corredores comerciales, creación de nuevas zonas habitacionales y de servicios: todo eso está en juego, pero sin garantía alguna de que se haga bajo principios de equidad, sustentabilidad o justicia territorial.
El riesgo no es nuevo. En México, los planes de desarrollo urbano han sido, muchas veces, instrumentos de simulación participativa para legitimar decisiones previamente tomadas en mesas privadas. La diferencia ahora es que Metepec se juega su futuro metropolitano: el modelo urbano que se diseñe definirá quién podrá habitar, construir, invertir y decidir en el municipio durante los próximos 20 años.
Si no hay transparencia, si no se somete a debate abierto y con contrapesos, ese plan no será un pacto colectivo por el bien común, sino una plataforma de acumulación patrimonial para quienes hoy manejan el poder. Allí donde debería haber un proyecto de ciudad, podría imponerse un catálogo de rentas disfrazado de planeación.
**La gobernadora no se va
Se equivocan —por ignorantes, mediocres o de plano mala leche— quienes pretenden instalar la narrativa de una gobernadora débil, al borde de tirar la toalla. Delfina Gómez no solo no renunciará: terminará su sexenio con firmeza y sin escándalos. Y mientras algunos construyen fantasmas, ella construye gobierno. No hay vacilación. Hay dirección.
Así lo dejó claro Horacio Duarte, secretario de Gobierno, durante el primer Conversatorio AD, transmitido este miércoles. Con lenguaje directo, sin rodeos, recordó que Delfina ha enfrentado inercias, resistencias y traiciones con una sola herramienta: honestidad política y paciencia de acero. Su liderazgo no responde a las formas del poder tradicional, sino a una ética distinta que algunos no entienden… y otros fingen no entender.
Lo que viene no es la caída de un gobierno, sino su consolidación. Y cuando la historia se escriba, muchos de los que hoy intrigan se quedarán queriendo, como bien lo dijo Horacio. La gobernadora se queda, gobierna y resistirá. Que no quepa duda: quien apuesta al vacío, subestima la fuerza de una mujer que ha hecho de la sencillez, su método de poder.
