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Crónicas Bajo el Volcán: Quiénes fueron los enemigos de Zapata?

14 de mayo de 2025

Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

***No soy un revisionista ni tengo simpatías reaccionarias, pero al leer la carta del rural me quedé pensando en que no se ha dado esa máxima del “honor de los vencidos” a los enemigos de Zapata***

Hace unos días, en la investigación que realizo sobre la ex hacienda de Atlapango que se encuentra en mi municipio, encontré una carta del 17 de marzo de 1912 escrita por un jefe rural llamado Antonio Solórzano, dirigida al entonces secretario particular del presidente Madero, Federico González Garza.

Solórzano estaba al mando del octavo Cuerpo Rural de la Federación, destacado precisamente en la hacienda de Atlapango para repeler los ataques de los “así titulados zapatistas” como dice el militar originario de Michoacán.

 La carta encierra una petición llana: que sea trasladado al 18 Cuerpo de Rurales, en su estado natal, para irlo a limpiar “de traidores y bandoleros”.

La carta, como dicen mis alumnos, “me ha volado la cabeza” porque las preguntas que genera resultan más amplias que la información. ¿Solórzano tenía una elevada moral militar o por el contrario estaba harto de tener que combatir en un páramo? ¿Qué pensaba sobre los zapatistas que de buenas a primeras pusieron en llamas a todo el centro del país? ¿Qué horizonte veía para él y los suyos en el futuro inmediato?

Lo mismo que Solórzano, que fue rural, un lejano antecedente de la policía federal, los militares durante la Revolución mexicana quedaron “del otro lado” de la historia.

El tema es delicadísimo porque la historiografía casi en masa ha señalado que antes del licenciamiento de 1914, el ejército porfirista, o lo que quedaba de él era una cueva de ladrones, corrupción, decadencia y con tan mala fama, que justo por eso perdieron la guerra con relativa facilidad.

Quiero aclarar que no soy un revisionista ni tengo simpatías reaccionarias, pero al leer la carta del rural me quedé pensando en que no se ha dado esa máxima del “honor de los vencidos” a los enemigos de Zapata.

En masa se ha generalizado que los federales fueron unos energúmenos que odiaban la causa agraria, tenían repulsión natural por las personas color de lodo y en el camino buscaron, ora enriquecerse, ora matar a diestra y siniestra con un exceso de violencia.

Por si fuera poco, pues… la verdad es que muchas veces eso fue cierto. Está más que documentado, por ejemplo, el proceso contra guerrillero que efectuó Juvencio Robles a base de quemar pueblos, asesinar civiles, intimidar y provocar terror en la población morelense como una forma de vencer a los zapatistas.

 Pero entonces, igualmente en masa se ha negado la posibilidad de ver a los enemigos como seres de carne y hueso, con sus propios problemas, dudas, sus lealtades y traiciones, en suma, como seres humanos y no solo como cifras o estigmas.

De manera que invito a los tres lectores de esta columna a preguntarnos qué con los Otros, los enemigos del zapatismo. Porque si hubo un general Juvencio Robles, inmortalizado como criminal y casi genocida, también hubo un general Ángel Casso López que pretendía combatir frontalmente a los rebeldes tal cual aprendió en el Colegio Militar. Y también un general Felipe Ángeles, que a petición de Madero tomó el control de la pacificación morelense porque era conocida su humanidad.

Desde luego no quiero entrar en juicios morales, pero me llama la atención y quisiera comprobarlo, la lealtad de la oficialidad.

En 1912 el aún teniente coronel Francisco J. Vasconcelos, fue comisionado a operar en esta región de los volcanes; a finales de año ya había logrado el ascenso y en 1913 su figura aparece por todas partes. Primero como jefe de línea, es decir, del ejército permanente que fue desplazado de la capital del país a Chalco para encabezar las operaciones. El 21 de octubre de 1913, ya dentro del huertismo, el coronel Vasconcelos de hecho fue designado jefe político, de manera que tuvo en sus manos la autoridad civil y militar de la región de los Volcanes.

En ese mismo 1913, llegaron diversas tropas de varias partes del país en apoyo a la línea de Chalco. El coronel de caballería Laureano Bustamante fue comisionado para operar en el Iztaccíhuatl, lo mismo que el coronel Vicente de Paula Wilchis, jefe del 38 batallón, que en esos meses fue el azote de los zapatistas de la parte más montañosa de la región: Ecatzingo, Tecomaxusco, Tlalamac y los pueblos vecinos de Morelos como Huecahuaxco. Wilchis, por cierto, en tiempos de don Porfirio estaba destacado en Sonora, y su trayectoria permite ver que fue leal al gobierno en turno, tal cual impera el código militar. Fue soldado porfirista, luego maderista y luego huertista.

Solo una buena investigación nos permitirá saber con certeza quiénes fueron estos enemigos de nuestros ancestros y aclarar, si la lealtad fue real o si por el contrario fueron parte de los golpistas de febrero de 1913.

En tanto esa investigación se haga, Vasconcelos aparece en muchas fuentes como un hombre inteligente, lúcido, con mucha maestría en asuntos de la guerra. La batalla de mayo de 1913 de Ozumba, magnificada incluso por la prensa de la época, demostró su gran conocimiento táctico; pero en contraparte, el dos de septiembre de 1913 desde su despacho en Amecameca ordenó que fuera arrasado el pueblo de Tlalnepantla, en Morelos, porque resultaba muy complicado vencer a los zapatistas en la parte más occidental de la región de los volcanes.

De momento, esto nos permite ponerles nombre a los enemigos. En Tepe conocía el caso del capitán Salvador Elizondo, pero ahora agrego al teniente Salvador Gutiérrez, el mayor Arcadio Lizárraga y el general Javier de Moure, entre otros, que fueron los enemigos y pesadilla de mis ancestros. Tepe fue arrasado en 1914, por cierto.

De ahí que no se puede exaltar el heroísmo y la vileza en ningún bando en ninguna guerra. En marzo de 1912, el Jefe del Estado Mayor, Felipe Mier, ironizaba sobre el hecho de que muchos jefes y oficiales exigían recompensas, y que habría que ver si en verdad las merecían porque, si se tomaban al pie de la letra los partes de guerra, todos parecían haber hecho un papel heroico y magnífico en el campo de batalla.

Finalizo con una anécdota que narró el general zapatista José Contreras en los años setenta.

En una batalla por la hacienda de Atempa, su tropa hizo prisionero a un oficial federal. Lo describe como “un güerito”, porque en efecto, muchos soldados provenían del norte del país; el federal era elegante, con sus botas, su uniforme, sus bandoleras de piel, bien afeitado y después de un sumario trámite, narra el general, se ordenó su ajusticiamiento.

Sus pertenencias, incluyendo una cartera de piel llena de dinero, fueron repartidas entre los jefes rebeldes.

Ese era el enemigo, esa fue la guerra. Pero sería necio pensar que el oficial, del que por cierto nunca dice su nombre no tuvo miedo. ¿Qué sintió cuando se vio alcanzado por mis paisanos de hace un siglo?

El problema lo reconozco, es que no se puede pasar del dato al relato, de la cifra a la reconstrucción. Entonces, quizá al modo del recién fallecido escritor Mario Vargas Llosa ante temas militares, haya que reconocer que nos resulta valioso tener buenas historiografías, pero es más iluminador hacer que la literatura los despoje de prejuicios y los construya, desde su reducto de enemigos, a personas, a historias que también vale la pena escuchar y leer.