El adulterio de la Iztaccíhuatl
Historias de Volcanes 1:
Por Lino Martínez Rebollar[1]
“… por poco que se afanen la imaginación y los ojos, ve uno las facciones de una mujer bella, muerta, dormida: el tocado indio, la frente pura, el turgente seno, todo. Debe ser una princesa india de antiquísimos tiempos. Esto merece una leyenda, si es que ya no la tiene” (Anselmo de la Portilla)
La Iztaccíhuatl no tiene una leyenda, tiene varias. Quien empezó a referir historias de tipo amoroso entre los volcanes, Iztaccíhuatl, Popocatépetl y otros, fue Don Anselmo de la Portilla en 1913,con motivo de la inauguración del ferrocarril mexicano, después del primer viaje de México a Orizaba y de regreso. La contemplación de la mujer dormida, la Iztaccíhuatl, le hizo imaginar esta leyenda, que a continuación refiero, modernizada.
“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,/ Te pareces al mundo en tu actitud de entrega…”[2], decía suspirando Pico, el orizabeño, cuando veía a Doña Iztaccíhuatl. Pico, ladrón de todo, incluso de la poesía ajena, quería ahora robarle la mujer al rey Popoca, quien lo había invitado a los parajes de Amecameca.
Cuando el rey Popoca dormía, el orizabeño solicitaba el amor de doña Blanca, Doña Iztaccíhuatl.
Aparentemente, ella era una mujer fiel y fría como un glacial. Además fuerza es decir que al principio rechazó el afeminamiento y las maneritas del orizabeño. ¡Era rarito el veracruzano, tanto que uno de sus amigos jarochos lo apodaba la Citlalli!
Pero a pesar de su modo de ser amanerado, Pico tenía un profundo amor por las mujeres. “No hay mujer que resista la insistencia amorosa de un orizabeño y menos que pueda resistir el vigor de la poesía”, pensaba Pico, alias la Citlalli.
“En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye/Como tú lo desees y hacia donde tú quieras”, le declamaba el orizabeño a la Iztaccíhuatl.
El rey Popoca, por aquel tiempo un rey medio dormido, no sabía que su amigo Pico quería ser su rival de amores. Aunque esposo legítimo de la Iztaccíhutl, Popoca tenía muchos factores adversos en su contra. Primero, el nombre, Popoca, que la gente asociaba con la popo, la pupu o la caca. Y luego, su físico: lo nombraban así porque era moreno, casi negro y, a diferencia del orizabeñó, gordinflón y chaparro, como todo los integrantes de la Familia Popoca. Y luego su costumbre de fumar, que lo volvía un ser apestoso a humo. El orizabeño, medio en broma, medio en serio, lo llamaba “el humeado”, “el tiznado”, “el fumarolo” o simplemente, “mi negro”.
A diferencia de su anfitrión, Pico el orizabeño era más seductor, más alto, más blanco y con el atractivo de la lejanía y de lo prohibido. ¡La negritud de Popoca poco podía competir con la galanura afeminada del orizabeño! Y mucho menos con su poesía. Y otra vez robándole las palabras a un amigo, el orizabeño le dijo a la Iztaccíhuatl, hermosa mujer blanca: “En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla/ Y tu silencio acosa mi horas perseguidas,/Y eres tú con tus brazos de piedra transparente/donde mis brazos anclan y mi húmeda ansia anida”.
Y pasó lo inevitable: todas las mujeres tienen sus momentos de debilidad, y la Iztaccíhuatl no era la excepción. Aunque durante varios días, escondiéndose entre cuevas, barrancas y peñascos, la Iztaccíhuatl logró librarse del acoso del orizabeño, al final cayó rendida ante la poesía. “Soy tuya”, le dijo al orizabeño.
Se consumó así al principio de los tiempos el adulterio entre Pico el orizabeño y la Iztaccíhuatl. Al menos eso se refiere en la leyenda contada por Anselmo Portilla.
Mientras esto ocurría, despreocupado, el rey Popoca dormía en una de las barrancas de San Juan Tehuiztitlán. Confiaba ingenuamente en la Iztaccíhuatl y en la amistad del orizabeño. Confiaba también en los centinelas que había dejado vigilando a su mujer. Pobre tiznadito, ingenuo como todos los hombres ingenuos de todos los tiempos.
“Tu silencio me acosa” había dicho el orizabeño a la Iztaccíhuatl, y también le había dicho “me gustas cuando callas, porque estás como ausente”. Como todo el mundo, Pico creía que la Iztaccíhuatl era una mujer silenciosa, inactiva y callada, ¡pero se equivocó!
Con la emoción del orgasmo, la Iztaccíhuatl empezó a gritar y sus gritos eran huracanes entre los cerros. Cada ataque amoroso del orizabeño sobre el cuerpo de la Iztaccíhutal era un temblor, casi un terremoto, que provocaba que se cayeran casas, chozas, árboles, teocalis y pirámides. Se desbordaban los ríos de la Iztaccíhuatl, se deslavaban los cerros, se derretían los glaciales. Sus resoplidos de placer eran como monzones, ciclones, tempestades.
Tanto ruido, tanto tremor, tanto escándalo de los adúlteros, terminó por despertar al rey Popoca.
Y sucedió lo que tenía que suceder: Popocatépetl encontró a los adúlteros in fraganti y, según antiquísima creencias, los mató a los dos, por eso son volcanes inactivos. Nomás treinta flechazos les dio a cada uno.
Herido, antes de morir, el afeminado orizabeño se fue hasta Veracruz tratando de huir de la furia del rey Popoca. Pero fue inútil, hasta allá lo alcanzaron las flechas y la furia del rey amecamequense. Allá murió, en Orizaba, apoyando su cuerpo en gigantescos peñascos. Ahora lo llaman Citlaltépetl o Pico de Orizaba, pero su nombre verdadero fue Pico, el orizabeño.
El rey Popoca al contemplar muerta a la Iztaccíhuatl, se arrepintió y lloro, como lloraría Otelo al matar a Desdémona.
Incluso muerta la Iztaccíhuatl era hermosa. Y al principio su llanto eran caudalosos ríos que arrastraban piedras. Y se quedó ahí, arrodillado, con una antorcha encendida, esperando que alguna vez la princesa blanca despertara. Según esto, en México, el asesinato de la Iztaccíhuatl por el Popocatépetl fue el primer feminicidio registrado: la prueba fehaciente es el cuerpo muerto de esa bella mujer en el paisaje, un cuerpo que pueden contemplar todos los que viajan al altiplano. El Popocatépetl, asesino, sigue esperando inútilmente el despertar de Doña Iztaccíhuatl.
[1] Académico de Lengua y Literatura del Centro Universitario UAEM Amecameca.
[2] Los poemas son de Pablo Neruda.