Expediente Edomex: Cómo desmontar al adversario?

***Es la expresión visible de un problema más profundo: el reacomodo del poder en una transición que aún está consolidándose.
La tensión entre la gobernadora Delfina Gómez y el senador Higinio Martínez no es un diferendo personal. Es la expresión visible de un problema más profundo: el reacomodo del poder en una transición que aún está consolidándose. Cuando un liderazgo histórico intenta conservar centralidad frente a un gobierno con mandato renovado, lo que se pone en juego no es una relación interna, sino la estabilidad del proyecto que dio origen a ambos.
La tensión entre la gobernadora Delfina Gómez y el senador Higinio Martínez no es un diferendo personal. Es la expresión visible de un problema más profundo: el reacomodo del poder en una transición que aún está consolidándose. Cuando un liderazgo histórico intenta conservar centralidad frente a un gobierno con mandato renovado, lo que se pone en juego no es una relación interna, sino la estabilidad del proyecto que dio origen a ambos.
I. Conflicto donde no debería haber conflicto
Un senador y una gobernadora no están hechos para disputar el mismo espacio. Cada quien tiene una función distinta en la arquitectura institucional. Que hoy parezcan competir señala un desajuste entre las viejas lógicas del movimiento y la legitimidad presente del Ejecutivo. No es un pleito doméstico; es el síntoma de un sistema político que todavía está acomodando su propio cambio.

II. El choque entre lealtades heredadas y legitimidades ganadas
El senador representa una historia larga dentro de un proyecto. La gobernadora representa la autoridad fresca del voto. Uno explica el pasado; la otra conduce el presente. El conflicto no nace de sus biografías, sino del intento de convertir el capital histórico en una especie de derecho preferente sobre el gobierno. Y, eso, en cualquier democracia, desordena el tablero.

III. La disputa por el sentido del movimiento
En tiempos de transición, siempre aparece la pregunta incómoda: ¿quién interpreta la historia del proyecto? El gobierno necesita un relato que ordene decisiones; el liderazgo desplazado necesita uno que preserve influencia. La pugna no es programática, sino narrativa. Cuando dos voces compiten por decir cuál es la auténtica esencia del movimiento, el ruido es inevitable.

IV. El gesto que alteró la línea de flotación
Levantarle la mano a Alejandra del Moral no fue un acto de urbanidad política. Tampoco una ocurrencia sin cálculo. Fue un gesto que insinuó autonomía respecto al movimiento propio, un gesto que decía: “Aún puedo marcar agenda por mi cuenta”. En política, los actos simbólicos pesan más que los argumentos posteriores. Y ese acto puso en evidencia una disonancia que ya venía creciendo.

V. La comparación que revela el tamaño del problema
Para entender la gravedad, basta imaginar equivalentes:
¿Un senador validando públicamente a la adversaria derrotada de su propio movimiento?
¿Un liderazgo intermedio construyendo puentes con quien la ciudadanía decidió no seguir?
Esas escenas no se imaginan en ninguna transición ordenada porque rompen la regla básica de la unidad de conducción, indispensable para la gobernabilidad.

VI. Gobernar también es explicar
La gobernadora no debe ingresar al terreno del agravio personal. Debe recordarle al sistema, con serenidad, cómo funciona la autoridad democrática: el Ejecutivo conduce, los demás acompañan, colaboran o critican, pero no sustituyen. En política, explicar suele ser más eficaz que confrontar. La claridad calma las aguas que la teatralidad alborota.

VII. Lo que realmente está en riesgo
Lo que se pone en riesgo no es la relación entre dos figuras con historia compartida. Lo que se pone en riesgo es el orden institucional que permite gobernar sin sobresaltos. Si se normaliza que cualquier liderazgo pueda disputar simbólicamente la conducción del Estado, se abre la puerta al cogobierno informal. Y una transición no aguanta un doble mando real ni un doble relato legítimo.

VIII. Qué hacer con Higinio
Neutralizar a un adversario interno no exige expulsarlo ni deshonrarlo. Exige reubicarlo.
Reubicarlo significa tres cosas:
- Quitarle centralidad narrativa.
- Encauzarlo hacia funciones donde su presencia no distorsione la conducción.
- Recordar que su historia es respetable, pero no vinculante para el presente.
No se trata de romper, sino de darle un lugar donde su influencia no choque con la autoridad legítima del Ejecutivo.

IX. Quién debe operar la deconstrucción
La gobernadora no debe encabezar la operación. La investidura exige distancia y un tono por encima del conflicto.
El encargado natural es Horacio Duarte, por tres razones:
- Tiene legitimidad reciente, oficio político y capacidad de negociación sin estridencia.
- Conoce la historia común sin quedar atrapado en ella.
- Puede ordenar, reencuadrar y amortiguar sin convertir el proceso en confrontación pública.
Su papel no sería confrontar al senador, sino reconducirlo al perímetro donde su presencia no afecte la gobernabilidad ni la narrativa del proyecto.

X. La transición sigue abierta
Las transiciones no se juzgan por la ausencia de conflicto, sino por la manera en que se procesa. Si el Edomex logra encuadrar al senador en su sitio natural y sostener la legitimidad del Ejecutivo como eje rector, la transformación avanzará sin sobresaltos. Si no, el movimiento corre el riesgo de dividir su energía entre el gobierno que construye y la nostalgia que reclama.