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Expediente Edomex: La sucesión anticipada: poder, tiempo y disputa simbólica

20 de octubre de 2025

Mario García Huicochea/ Ad Noticias

***En el Edomex, el poder nunca se ejerce en presente, sino como preparación del siguiente turno

En el Estado de México, el reloj del poder siempre corre antes de tiempo. No por prisa, sino por estructura. En esta tierra, el futuro político no llega: se conquista con anticipación. La sucesión ya empezó, y no en los pasillos de la burocracia, sino en los territorios donde el poder se disputa su propio significado.

I. El tiempo del poder

Apenas transcurre el primer tercio del sexenio y la sucesión de 2029 ya se filtra en cada conversación política. La escena es sintomática: el sistema no sabe gobernar sin pensar en su relevo. Lo que debería ser una etapa de consolidación, se ha convertido en una transición permanente, donde todo se mide en función de quién será el siguiente.

Este adelantamiento no es casual: responde a una cultura política que ha hecho del cálculo una forma de gobernar. En el Edomex, el poder nunca se ejerce en presente, sino como preparación del siguiente turno. Es la vieja gramática priista reencarnada en una administración que se proclamó distinta. La alternancia de 2023 no cambió el idioma del poder, solo cambió los hablantes.

II. Dos lógicas en pugna

En el corazón del movimiento gobernante laten dos formas de concebir la autoridad. Por un lado, Horacio Duarte, operador político de largo aliento, defiende la lógica institucional: el poder como estructura, la autoridad como función, el Estado como garante de orden y continuidad. Duarte se asume custodio del proyecto y entiende que la legitimidad de Delfina Gómez depende de preservar la verticalidad del gobierno frente a la marea de ambiciones.

Frente a él, Higinio Martínez, figura veterana del grupo Texcoco, opera desde otra racionalidad: el poder como capital simbólico, como herencia moral y como memoria. Aunque fuera del gobierno, conserva influencia territorial, redes antiguas y una relación ambigua con la gobernadora, a quien sigue viendo como su discípula. Su disputa no es por un cargo, sino por la narrativa: quién encarna el sentido histórico del morenismo en el Edomex.

No hay diferencias personales, sino choques de legitimidades. Duarte representa el orden de la institución; Higinio, el de la historia. El primero habla el lenguaje de la eficacia y la gobernabilidad; el segundo, el de la pertenencia y el reconocimiento. En esa tensión se define no solo la sucesión, sino el modelo de poder que sobrevivirá: si el Estado logra contener al viejo caudillismo o si el caudillismo reabsorbe a la institución.

III. Delfina, entre la autoridad y el símbolo

La gobernadora Delfina Gómez se encuentra en medio de esta disputa silenciosa. Su autoridad formal es incuestionable; su autoridad simbólica, disputada. En el Edomex no se gobierna solo desde Palacio, sino desde los significados. El problema no es de mando, sino de autoridad reconocida: cada grupo intenta apropiarse de su figura para legitimar su propia causa.

Delfina, pragmática y paciente, ha optado por reforzar el poder institucional: ordenar la administración, exigir resultados y marcar distancia de quienes confunden el gobierno con el partido. Pero cada acto de afirmación institucional erosiona un poco la red afectiva que la conectaba con las viejas lealtades texcocanas. La paradoja es clara: para consolidarse como gobernante, debe emanciparse de quienes la llevaron al poder.

IV. El tablero ampliado

Mientras tanto, el tablero se llena de piezas nuevas. El PVEM se mueve con ambición propia, decidido a capitalizar su papel como socio menor de la 4T; su dirigente, Pepe Couttolenc, ya se comporta como aspirante, jugando la carta de la juventud y la diferencia. El PT, pragmático, conserva su fidelidad formal, pero calibra su precio. La oposición tradicional, desfigurada y sin narrativa, sobrevive más como reflejo que como alternativa.

En 2027 se renovará el Congreso y los ayuntamientos: la elección intermedia será el verdadero examen de la 4T mexiquense. Si Morena y sus aliados llegan cohesionados, confirmarán su hegemonía. Si se fracturan, quedará abierta la puerta a una recomposición inesperada, incluso con nuevas alianzas transversales.

Pero lo relevante no es quién gane el próximo mapa electoral, sino qué tipo de poder emerge de esa contienda. El morenismo local podría consolidar un Estado gobernante moderno, o reproducir la geometría de los viejos clanes. Lo que se juega no es solo el resultado, sino la forma de hacer política en el Edomex pospriista.

V. La gestión bajo la sombra

La anticipación sucesoria tiene un costo: la política se devora a la administración. Cuando todo el aparato piensa en el siguiente ciclo, la gestión se convierte en un ritual de espera. Se multiplican los informes, los eventos, los anuncios de corto alcance. La energía que debería invertirse en planeación, se dispersa en visibilidad.

El riesgo no es la falta de trabajo, sino la fuga de propósito. La 4T mexiquense llegó con la promesa de transformar el Estado más complejo del país; si no logra trascender la lógica electoral, puede quedar atrapada en la administración del presente sin proyecto de futuro. Un gobierno que gasta su legitimidad en resistir a su propia ansiedad corre el peligro de volverse un interludio.

VI. Cultura política: lo que no cambia

El fenómeno de la sucesión anticipada no solo refleja intereses: expone una cultura política refractaria al tiempo democrático. El Edomex vive aún bajo la gramática del patronazgo, la visibilidad y el rumor. Los actores se mueven no por ideas, sino por posiciones. Los partidos se adaptan como empresas familiares, las lealtades son arrendamientos de temporada.

Esa cultura se alimenta de una intuición antigua: que el poder, si no se ocupa, se pierde. De ahí el impulso por adelantarse, por marcar territorio antes que propuesta. El resultado es una política hiperactiva y un Estado fatigado. La ciudadanía asiste al espectáculo sin sorpresa, resignada a que la contienda sea permanente y el gobierno, intermitente.

VII. Diagnóstico y prospectiva

El Edomex vive un momento de reorganización del poder. Morena desplazó al viejo régimen, pero hereda sus mecanismos de reproducción. La disputa Duarte–Martínez no es excepción: es el laboratorio donde se define si la transformación será institucional o personalista.

Si prevalece la visión de Duarte, el Estado podrá consolidar una burocracia profesional y un modelo de gobierno estable. Si gana la narrativa de Higinio, el morenismo derivará en una nueva versión del cacicazgo benevolente. En ambos casos, la oposición carece de proyecto; su rol, de momento, es el de comparsa del desorden ajeno.

La prospectiva apunta a una conclusión más profunda: el principal desafío no es la sucesión, sino el tiempo. Gobernar el presente sin hipotecarlo al futuro inmediato es el verdadero acto de madurez política. De lo contrario, la transformación se reducirá a una sucesión de nombres, no de estructuras.

El Edomex ha sido históricamente el espejo del país. Lo que aquí ocurre suele anticipar lo nacional. Hoy, el espejo refleja una paradoja: un gobierno nuevo atrapado en los viejos reflejos del poder. La sucesión anticipada no es solo un síntoma de ambición, sino una patología del sistema político: la imposibilidad de habitar el presente sin obsesionarse con el relevo.

Comprenderlo no requiere moralizar, sino analizar. Porque lo nuestro, más que el dato o la filtración, es la capacidad analítica que ilumina la estructura: la que transforma el rumor en sentido y la coyuntura en comprensión. Esa es, al fin, la diferencia entre hacer periodismo político y hacer ciencia política.