Los que reparten
***: Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio
Mario García Huicochea Ad Noticias
Anatomía del poder simbólico y operativo en la entidad más política del país.
El Estado de México es la Roma del poder mexicano: todo camino conduce a él y de él parte la geometría que organiza las lealtades. Ninguna transición ha desmantelado su maquinaria; solo ha cambiado de administradores. Donde antes mandaba la disciplina del PRI, hoy impera la red del morenismo: menos vertical, más molecular, igual de calculada. En este ecosistema de alianzas, traiciones y relatos, el poder no se impone: se reparte.
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio, ese espejismo que hace que todo parezca transformarse para que nada cambie del todo.
I. El marco invisible del poder
El Edomex funciona como un laboratorio de dominación refinada. Pierre Bourdieu diría que su estructura reproduce un campo donde los capitales —político, simbólico, económico— circulan entre actores que se legitiman entre sí. Foucault explicaría su permanencia como una red de micro-poderes que vigilan, clasifican y administran. Y Chomsky vería en su discurso un manual de manipulación amable: el lenguaje del progreso encubriendo la continuidad del privilegio.
Desde la Teoría del Actor-Red, el poder mexiquense no tiene centro; se extiende como una red de traducciones. Cada actor es un nodo donde confluyen intereses, medios, instituciones y afectos. Nadie gobierna solo: todos negocian su posición en la red.
II. Los que reparten
Delfina Gómez Álvarez
La maestra se volvió mito. Gobernadora, figura materna y símbolo de redención para un estado educado en el abuso, Delfina representa la moral pública del nuevo régimen. Su poder institucional es indiscutible, pero su fuerza simbólica depende de conservar la ilusión de pureza en un entorno que se contamina rápido. Si ella pierde credibilidad, el sistema entero pierde absolución.
Horacio Duarte Olivares
El arquitecto silencioso. Estratégico, disciplinado, con visión de Estado. Duarte es el puente entre el lopezobradorismo original y el morenismo mexiquense. Su poder es estructural: traduce la voluntad presidencial en política local sin fracturar el equilibrio. Es operador, intérprete y guardián del proyecto. En un entorno donde todos buscan la herencia, Duarte preserva el linaje.
Higinio Martínez Miranda
El patriarca. Fundador de la corriente texcocana, estratega de la vieja guardia de izquierda. Su poder ya no es electoral sino sacerdotal: representa la memoria de la resistencia. Tiene la capacidad de bendecir o condenar carreras políticas con un solo gesto. Mientras exista la palabra Texcoco en la gramática del poder, Higinio seguirá respirando dentro del Estado.

Los que reparten
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio
octubre 26, 2025
Anatomía del poder simbólico y operativo en la entidad más política del país.
El Estado de México es la Roma del poder mexicano: todo camino conduce a él y de él parte la geometría que organiza las lealtades. Ninguna transición ha desmantelado su maquinaria; solo ha cambiado de administradores. Donde antes mandaba la disciplina del PRI, hoy impera la red del morenismo: menos vertical, más molecular, igual de calculada. En este ecosistema de alianzas, traiciones y relatos, el poder no se impone: se reparte.
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio, ese espejismo que hace que todo parezca transformarse para que nada cambie del todo.

I. El marco invisible del poder
El Edomex funciona como un laboratorio de dominación refinada. Pierre Bourdieu diría que su estructura reproduce un campo donde los capitales —político, simbólico, económico— circulan entre actores que se legitiman entre sí. Foucault explicaría su permanencia como una red de micro-poderes que vigilan, clasifican y administran. Y Chomsky vería en su discurso un manual de manipulación amable: el lenguaje del progreso encubriendo la continuidad del privilegio.
Desde la Teoría del Actor-Red, el poder mexiquense no tiene centro; se extiende como una red de traducciones. Cada actor es un nodo donde confluyen intereses, medios, instituciones y afectos. Nadie gobierna solo: todos negocian su posición en la red.
II. Los que reparten
Delfina Gómez Álvarez
La maestra se volvió mito. Gobernadora, figura materna y símbolo de redención para un estado educado en el abuso, Delfina representa la moral pública del nuevo régimen. Su poder institucional es indiscutible, pero su fuerza simbólica depende de conservar la ilusión de pureza en un entorno que se contamina rápido. Si ella pierde credibilidad, el sistema entero pierde absolución.
Horacio Duarte Olivares
El arquitecto silencioso. Estratégico, disciplinado, con visión de Estado. Duarte es el puente entre el lopezobradorismo original y el morenismo mexiquense. Su poder es estructural: traduce la voluntad presidencial en política local sin fracturar el equilibrio. Es operador, intérprete y guardián del proyecto. En un entorno donde todos buscan la herencia, Duarte preserva el linaje.
Higinio Martínez Miranda
El patriarca. Fundador de la corriente texcocana, estratega de la vieja guardia de izquierda. Su poder ya no es electoral sino sacerdotal: representa la memoria de la resistencia. Tiene la capacidad de bendecir o condenar carreras políticas con un solo gesto. Mientras exista la palabra Texcoco en la gramática del poder, Higinio seguirá respirando dentro del Estado.
Pedro Zenteno Santaella
Fundador de Morena Edomex, médico y moralista del movimiento. Es el vínculo entre la ética fundacional y la burocracia que la traiciona. No compite por cargos, sino por la permanencia del sentido. En una red dominada por operadores, él encarna el testimonio: demuestra que la política puede existir sin cinismo.
Alejandro Encinas Rodríguez
El intelectual de la izquierda institucional. Exsenador, exsubsecretario, testigo de todas las transformaciones y de casi todas las decepciones. Encinas no gobierna, pero su palabra aún determina los límites del decoro. Es el capital simbólico más caro del morenismo: un hombre que no necesita gritar para ser cita obligada.
Daniel Serrano Palacios
El futuro que se prepara. Dirigente, ideólogo y operador, representa la nueva generación del morenismo mexiquense: menos romántica, más estructurada, pero aún creyente. Su poder simbólico radica en conectar las bases con la élite, el discurso con la acción. Serrano no solo opera: piensa, incomoda, formula doctrina. Su ascenso será el termómetro de si Morena puede reinventarse o caer en su propio cinismo.
Cristina Ruiz Sandoval
Senadora y presidenta estatal del PRI. Brazo ejecutor de un partido moralmente en bancarrota, su poder proviene de la obediencia a un liderazgo nacional desprestigiado: el de “Alito” Moreno. Se presenta como opositora feroz, pero su beligerancia parece más espectáculo que convicción. Su capital simbólico es negativo: funciona como recordatorio de por qué el priismo perdió la autoridad moral.
Eruviel Ávila Villegas
El exgobernador convertido en corporación. Su poder es económico, judicial y mediático. Domina redes empresariales y conserva influencia en municipios y tribunales. Representa la reencarnación del priato: menos litúrgico, más pragmático. En el nuevo Edomex, Eruviel es el fósil que aprendió a moverse.
Luis Felipe Bravo Mena
El conservador ilustrado. Expresidente del PAN, exembajador en el Vaticano, símbolo del decoro panista. Bravo Mena mantiene la autoridad moral de quien nunca cayó en la vulgaridad del poder por el poder. Su influencia ya no es partidista sino cultural: define el tono del conservadurismo que aún se niega a extinguirse.
Juan Zepeda Hernández
El dúctil. Experredista, ahora estandarte de Movimiento Ciudadano, Zepeda es un sobreviviente ideológico. Su verbo lo mantiene en el mapa: habla el lenguaje del barrio y del foro académico con la misma soltura. Es la tercera vía encarnada, el puente entre la nostalgia del PRD y la estética naranja del futuro posible.
Jorge Álvarez Máynez
El visitante seducido. Vive en Valle de Bravo, epicentro emocional de su campaña presidencial, y ha descubierto en el Edomex un escenario simbólico: aquí se ensaya el país que quiere dirigir. Representa el poder mediático-cultural que se impone sobre el territorial. Su influencia se basa en la seducción del lenguaje y la juventud: un discurso que encanta a los que ya no creen en la política.

Los que reparten
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio
octubre 26, 2025
Anatomía del poder simbólico y operativo en la entidad más política del país.
El Estado de México es la Roma del poder mexicano: todo camino conduce a él y de él parte la geometría que organiza las lealtades. Ninguna transición ha desmantelado su maquinaria; solo ha cambiado de administradores. Donde antes mandaba la disciplina del PRI, hoy impera la red del morenismo: menos vertical, más molecular, igual de calculada. En este ecosistema de alianzas, traiciones y relatos, el poder no se impone: se reparte.
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio, ese espejismo que hace que todo parezca transformarse para que nada cambie del todo.

I. El marco invisible del poder
El Edomex funciona como un laboratorio de dominación refinada. Pierre Bourdieu diría que su estructura reproduce un campo donde los capitales —político, simbólico, económico— circulan entre actores que se legitiman entre sí. Foucault explicaría su permanencia como una red de micro-poderes que vigilan, clasifican y administran. Y Chomsky vería en su discurso un manual de manipulación amable: el lenguaje del progreso encubriendo la continuidad del privilegio.
Desde la Teoría del Actor-Red, el poder mexiquense no tiene centro; se extiende como una red de traducciones. Cada actor es un nodo donde confluyen intereses, medios, instituciones y afectos. Nadie gobierna solo: todos negocian su posición en la red.
II. Los que reparten
Delfina Gómez Álvarez
La maestra se volvió mito. Gobernadora, figura materna y símbolo de redención para un estado educado en el abuso, Delfina representa la moral pública del nuevo régimen. Su poder institucional es indiscutible, pero su fuerza simbólica depende de conservar la ilusión de pureza en un entorno que se contamina rápido. Si ella pierde credibilidad, el sistema entero pierde absolución.
Horacio Duarte Olivares
El arquitecto silencioso. Estratégico, disciplinado, con visión de Estado. Duarte es el puente entre el lopezobradorismo original y el morenismo mexiquense. Su poder es estructural: traduce la voluntad presidencial en política local sin fracturar el equilibrio. Es operador, intérprete y guardián del proyecto. En un entorno donde todos buscan la herencia, Duarte preserva el linaje.
Higinio Martínez Miranda
El patriarca. Fundador de la corriente texcocana, estratega de la vieja guardia de izquierda. Su poder ya no es electoral sino sacerdotal: representa la memoria de la resistencia. Tiene la capacidad de bendecir o condenar carreras políticas con un solo gesto. Mientras exista la palabra Texcoco en la gramática del poder, Higinio seguirá respirando dentro del Estado.
Pedro Zenteno Santaella
Fundador de Morena Edomex, médico y moralista del movimiento. Es el vínculo entre la ética fundacional y la burocracia que la traiciona. No compite por cargos, sino por la permanencia del sentido. En una red dominada por operadores, él encarna el testimonio: demuestra que la política puede existir sin cinismo.
Alejandro Encinas Rodríguez
El intelectual de la izquierda institucional. Exsenador, exsubsecretario, testigo de todas las transformaciones y de casi todas las decepciones. Encinas no gobierna, pero su palabra aún determina los límites del decoro. Es el capital simbólico más caro del morenismo: un hombre que no necesita gritar para ser cita obligada.
Daniel Serrano Palacios
El futuro que se prepara. Dirigente, ideólogo y operador, representa la nueva generación del morenismo mexiquense: menos romántica, más estructurada, pero aún creyente. Su poder simbólico radica en conectar las bases con la élite, el discurso con la acción. Serrano no solo opera: piensa, incomoda, formula doctrina. Su ascenso será el termómetro de si Morena puede reinventarse o caer en su propio cinismo.
Cristina Ruiz Sandoval
Senadora y presidenta estatal del PRI. Brazo ejecutor de un partido moralmente en bancarrota, su poder proviene de la obediencia a un liderazgo nacional desprestigiado: el de “Alito” Moreno. Se presenta como opositora feroz, pero su beligerancia parece más espectáculo que convicción. Su capital simbólico es negativo: funciona como recordatorio de por qué el priismo perdió la autoridad moral.
Eruviel Ávila Villegas
El exgobernador convertido en corporación. Su poder es económico, judicial y mediático. Domina redes empresariales y conserva influencia en municipios y tribunales. Representa la reencarnación del priato: menos litúrgico, más pragmático. En el nuevo Edomex, Eruviel es el fósil que aprendió a moverse.
Luis Felipe Bravo Mena
El conservador ilustrado. Expresidente del PAN, exembajador en el Vaticano, símbolo del decoro panista. Bravo Mena mantiene la autoridad moral de quien nunca cayó en la vulgaridad del poder por el poder. Su influencia ya no es partidista sino cultural: define el tono del conservadurismo que aún se niega a extinguirse.
Juan Zepeda Hernández
El dúctil. Experredista, ahora estandarte de Movimiento Ciudadano, Zepeda es un sobreviviente ideológico. Su verbo lo mantiene en el mapa: habla el lenguaje del barrio y del foro académico con la misma soltura. Es la tercera vía encarnada, el puente entre la nostalgia del PRD y la estética naranja del futuro posible.
Jorge Álvarez Máynez
El visitante seducido. Vive en Valle de Bravo, epicentro emocional de su campaña presidencial, y ha descubierto en el Edomex un escenario simbólico: aquí se ensaya el país que quiere dirigir. Representa el poder mediático-cultural que se impone sobre el territorial. Su influencia se basa en la seducción del lenguaje y la juventud: un discurso que encanta a los que ya no creen en la política.
Sergio Gutiérrez Luna
El jurista disciplinado. Expresidente de la Cámara de Diputados, puente entre el lopezobradorismo central y las periferias. No gobierna el Edomex, pero su presencia garantiza la interlocución con el poder federal.
Francisco Vázquez Rodríguez
El hombre del consenso. Presidente de la Jucopo, ha hecho del control legislativo un arte invisible. No brilla, pero nadie lo reemplaza.
Juan Carlos González Romero
El delfín. Secretario de Desarrollo Social, exdirigente estatal de Morena y depositario directo de la confianza de Delfina Gómez. No es su aliado ni su discípulo: es su hijo político, su prolongación institucional y su reflejo emocional. En él, la gobernadora proyecta la continuidad de su gobierno y el porvenir de su legado. González Romero representa el poder doméstico del régimen: técnico, sensible, silencioso. Es el rostro joven del obradorismo mexiquense y el laboratorio del liderazgo que podría heredar la causa.
Pepe Couttolenc Buentello
El joven zorro verde. Dirigente estatal del PVEM, estratega del pragmatismo absoluto. Sabe negociar con todos y no se casa con nadie.
III. Lectura estructural
El Edomex ya no tiene un soberano, tiene un sistema nervioso. Los que reparten son sus neuronas: actores que conectan legitimidad, discurso y oportunidad. Algunos operan desde el gobierno, otros desde la memoria, otros desde la ilusión de oposición.
El poder simbólico se reparte como una herencia que nadie quiere ceder. Delfina representa la legitimidad; Duarte, la operación; Higinio, la genealogía; Serrano, la proyección; Encinas y Zenteno, la conciencia. En el extremo contrario, Cristina y Eruviel administran la nostalgia del poder perdido, mientras Bravo Mena y Zepeda disputan la estética de la decencia. Máynez y Couttolenc simbolizan la modernidad líquida: el poder como comunicación; González Romero, la continuidad encarnada.
IV. Hipótesis
- La verdadera disputa mexiquense no es por el presupuesto, sino por el monopolio del símbolo del cambio.
- La consolidación de la Cuarta Transformación en el Edomex exige madurez política y permanencia: mantener el proyecto no como consigna, sino como política de Estado que redistribuya poder, dignidad y bienestar.
- Daniel Serrano, Horacio Duarte y Juan Carlos González Romero son la reserva estratégica de Morena: la mente, el puente y el heredero. Su ascenso marcará la nueva transición interna.
- El PRI sigue vivo porque sirve de contraste: su desprestigio otorga legitimidad al régimen.
- El Edomex 2025-2027 será el escenario de una batalla silenciosa entre memoria y porvenir, donde lo simbólico definirá quién realmente manda.

Los que reparten
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio
octubre 26, 2025
Anatomía del poder simbólico y operativo en la entidad más política del país.
El Estado de México es la Roma del poder mexicano: todo camino conduce a él y de él parte la geometría que organiza las lealtades. Ninguna transición ha desmantelado su maquinaria; solo ha cambiado de administradores. Donde antes mandaba la disciplina del PRI, hoy impera la red del morenismo: menos vertical, más molecular, igual de calculada. En este ecosistema de alianzas, traiciones y relatos, el poder no se impone: se reparte.
Repartir es el verbo esencial del Edomex. Se reparten presupuestos, narrativas, favores e impunidades. Y, sobre todo, se reparte el símbolo del cambio, ese espejismo que hace que todo parezca transformarse para que nada cambie del todo.

I. El marco invisible del poder
El Edomex funciona como un laboratorio de dominación refinada. Pierre Bourdieu diría que su estructura reproduce un campo donde los capitales —político, simbólico, económico— circulan entre actores que se legitiman entre sí. Foucault explicaría su permanencia como una red de micro-poderes que vigilan, clasifican y administran. Y Chomsky vería en su discurso un manual de manipulación amable: el lenguaje del progreso encubriendo la continuidad del privilegio.
Desde la Teoría del Actor-Red, el poder mexiquense no tiene centro; se extiende como una red de traducciones. Cada actor es un nodo donde confluyen intereses, medios, instituciones y afectos. Nadie gobierna solo: todos negocian su posición en la red.
II. Los que reparten
Delfina Gómez Álvarez
La maestra se volvió mito. Gobernadora, figura materna y símbolo de redención para un estado educado en el abuso, Delfina representa la moral pública del nuevo régimen. Su poder institucional es indiscutible, pero su fuerza simbólica depende de conservar la ilusión de pureza en un entorno que se contamina rápido. Si ella pierde credibilidad, el sistema entero pierde absolución.
Horacio Duarte Olivares
El arquitecto silencioso. Estratégico, disciplinado, con visión de Estado. Duarte es el puente entre el lopezobradorismo original y el morenismo mexiquense. Su poder es estructural: traduce la voluntad presidencial en política local sin fracturar el equilibrio. Es operador, intérprete y guardián del proyecto. En un entorno donde todos buscan la herencia, Duarte preserva el linaje.
Higinio Martínez Miranda
El patriarca. Fundador de la corriente texcocana, estratega de la vieja guardia de izquierda. Su poder ya no es electoral sino sacerdotal: representa la memoria de la resistencia. Tiene la capacidad de bendecir o condenar carreras políticas con un solo gesto. Mientras exista la palabra Texcoco en la gramática del poder, Higinio seguirá respirando dentro del Estado.
Pedro Zenteno Santaella
Fundador de Morena Edomex, médico y moralista del movimiento. Es el vínculo entre la ética fundacional y la burocracia que la traiciona. No compite por cargos, sino por la permanencia del sentido. En una red dominada por operadores, él encarna el testimonio: demuestra que la política puede existir sin cinismo.
Alejandro Encinas Rodríguez
El intelectual de la izquierda institucional. Exsenador, exsubsecretario, testigo de todas las transformaciones y de casi todas las decepciones. Encinas no gobierna, pero su palabra aún determina los límites del decoro. Es el capital simbólico más caro del morenismo: un hombre que no necesita gritar para ser cita obligada.
Daniel Serrano Palacios
El futuro que se prepara. Dirigente, ideólogo y operador, representa la nueva generación del morenismo mexiquense: menos romántica, más estructurada, pero aún creyente. Su poder simbólico radica en conectar las bases con la élite, el discurso con la acción. Serrano no solo opera: piensa, incomoda, formula doctrina. Su ascenso será el termómetro de si Morena puede reinventarse o caer en su propio cinismo.
Cristina Ruiz Sandoval
Senadora y presidenta estatal del PRI. Brazo ejecutor de un partido moralmente en bancarrota, su poder proviene de la obediencia a un liderazgo nacional desprestigiado: el de “Alito” Moreno. Se presenta como opositora feroz, pero su beligerancia parece más espectáculo que convicción. Su capital simbólico es negativo: funciona como recordatorio de por qué el priismo perdió la autoridad moral.
Eruviel Ávila Villegas
El exgobernador convertido en corporación. Su poder es económico, judicial y mediático. Domina redes empresariales y conserva influencia en municipios y tribunales. Representa la reencarnación del priato: menos litúrgico, más pragmático. En el nuevo Edomex, Eruviel es el fósil que aprendió a moverse.
Luis Felipe Bravo Mena
El conservador ilustrado. Expresidente del PAN, exembajador en el Vaticano, símbolo del decoro panista. Bravo Mena mantiene la autoridad moral de quien nunca cayó en la vulgaridad del poder por el poder. Su influencia ya no es partidista sino cultural: define el tono del conservadurismo que aún se niega a extinguirse.
Juan Zepeda Hernández
El dúctil. Experredista, ahora estandarte de Movimiento Ciudadano, Zepeda es un sobreviviente ideológico. Su verbo lo mantiene en el mapa: habla el lenguaje del barrio y del foro académico con la misma soltura. Es la tercera vía encarnada, el puente entre la nostalgia del PRD y la estética naranja del futuro posible.
Jorge Álvarez Máynez
El visitante seducido. Vive en Valle de Bravo, epicentro emocional de su campaña presidencial, y ha descubierto en el Edomex un escenario simbólico: aquí se ensaya el país que quiere dirigir. Representa el poder mediático-cultural que se impone sobre el territorial. Su influencia se basa en la seducción del lenguaje y la juventud: un discurso que encanta a los que ya no creen en la política.
Sergio Gutiérrez Luna
El jurista disciplinado. Expresidente de la Cámara de Diputados, puente entre el lopezobradorismo central y las periferias. No gobierna el Edomex, pero su presencia garantiza la interlocución con el poder federal.
Francisco Vázquez Rodríguez
El hombre del consenso. Presidente de la Jucopo, ha hecho del control legislativo un arte invisible. No brilla, pero nadie lo reemplaza.
Juan Carlos González Romero
El delfín. Secretario de Desarrollo Social, exdirigente estatal de Morena y depositario directo de la confianza de Delfina Gómez. No es su aliado ni su discípulo: es su hijo político, su prolongación institucional y su reflejo emocional. En él, la gobernadora proyecta la continuidad de su gobierno y el porvenir de su legado. González Romero representa el poder doméstico del régimen: técnico, sensible, silencioso. Es el rostro joven del obradorismo mexiquense y el laboratorio del liderazgo que podría heredar la causa.
Pepe Couttolenc Buentello
El joven zorro verde. Dirigente estatal del PVEM, estratega del pragmatismo absoluto. Sabe negociar con todos y no se casa con nadie.

III. Lectura estructural
El Edomex ya no tiene un soberano, tiene un sistema nervioso. Los que reparten son sus neuronas: actores que conectan legitimidad, discurso y oportunidad. Algunos operan desde el gobierno, otros desde la memoria, otros desde la ilusión de oposición.
El poder simbólico se reparte como una herencia que nadie quiere ceder. Delfina representa la legitimidad; Duarte, la operación; Higinio, la genealogía; Serrano, la proyección; Encinas y Zenteno, la conciencia. En el extremo contrario, Cristina y Eruviel administran la nostalgia del poder perdido, mientras Bravo Mena y Zepeda disputan la estética de la decencia. Máynez y Couttolenc simbolizan la modernidad líquida: el poder como comunicación; González Romero, la continuidad encarnada.
IV. Hipótesis
- La verdadera disputa mexiquense no es por el presupuesto, sino por el monopolio del símbolo del cambio.
- La consolidación de la Cuarta Transformación en el Edomex exige madurez política y permanencia: mantener el proyecto no como consigna, sino como política de Estado que redistribuya poder, dignidad y bienestar.
- Daniel Serrano, Horacio Duarte y Juan Carlos González Romero son la reserva estratégica de Morena: la mente, el puente y el heredero. Su ascenso marcará la nueva transición interna.
- El PRI sigue vivo porque sirve de contraste: su desprestigio otorga legitimidad al régimen.
- El Edomex 2025-2027 será el escenario de una batalla silenciosa entre memoria y porvenir, donde lo simbólico definirá quién realmente manda.
Los que reparten no son los que gobiernan; son los que deciden a quién pertenece el relato.
El Edomex sigue siendo el espejo de México: un territorio donde el poder nunca se extingue, solo cambia de traje y apellido.
