Malditas Dudas: ¿Quién mueve a la derecha mexiquense?
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A. Matamala
**La derecha no impone, normaliza. Habla de familia y libertad mientras protege jerarquías y fortunas. Y lo más eficaz: hace creer que eso es natural.
I. ¿De dónde brota el orden que llamamos “derecha”?
El orden no surge de la nada. En el Estado de México, el “orden” que defiende la derecha es una red entre iglesia, educación, empresa, partido y Estado. No es doctrina: es un dispositivo de poder que reparte el mando y define quién obedece. La ultraderecha no nació de la política, sino de la necesidad de legitimar privilegios. La derecha no impone, normaliza. Habla de familia y libertad mientras protege jerarquías y fortunas. Y lo más eficaz: hace creer que eso es natural.
a) ¿En qué momento el discurso de “valores tradicionales” se volvió una herramienta de control social más que de fe?
b) ¿Por qué el púlpito, la escuela y la empresa coinciden en la pedagogía de la obediencia?
c) ¿Cuándo la educación privada se transformó en fábrica de élites.
d) ¿Por qué las cámaras empresariales predican meritocracia mientras blindan monopolios?
e) ¿El orden que prometen es convivencia o inmovilidad?
f) ¿La libertad que pregonan es derecho ciudadano o privilegio selectivo?
g) ¿Cuántas generaciones fueron formadas para admirar al poderoso en vez de entender al igual?
h) ¿Dónde queda la democracia cuando el mando se hereda con apellido y código postal?
i) ¿Y si la derecha no es ideología sino continuidad burocrática con rosario?
j) ¿Será que el verdadero problema no es la derecha, sino nuestra costumbre de confundir su orden con sentido común.
II. ¿Quiénes operan ese orden en el Edomex?
Los nombres cambian, la estructura no. Juan Rodolfo Sánchez Gómez, dos veces alcalde de Toluca —primero por el PAN, luego por Morena—, encarna la paradoja del conservador travestido de cambio. Luis Felipe Bravo Mena, Enrique Vargas del Villar, Anuar Azar, Teresa Castell, Fernando Flores, los Mena, los Barrera, los Henkel, Francisco Chavolla Ramos: distintos templos, mismo catecismo. Son la derecha empresarial-devota que bendice contratos, educa herederos y moraliza desde el púlpito o el club de golf. La ultraderecha local no marcha con antorchas, administra desde el cabildo.
a) ¿Qué tipo de biografía produce un operador del orden: empresario, creyente, político o todo junto?
b) ¿Por qué un ex panista puede militar en Morena sin alterar su estructura de mando?
c) ¿La fe que profesan los convierte en guías morales o en gestores de privilegio?
d) ¿Cuántas redes económicas comparten entre colegios, despachos y parroquias?
e) ¿La retórica del bien común es tapadera del interés privado?
f) ¿Por qué predican austeridad y practican exclusividad?
g) ¿Cuánto dinero bendice el altar empresarial del Valle de Toluca?
h) ¿Es la ultraderecha minoría visible o tejido invisible dentro de todos los partidos?
i) ¿Qué tan profundo llega la alianza entre sotana y factura?
j) ¿Y si el verdadero partido de la derecha es el poder mismo?
III. ¿Para qué sirve ese orden y quién lo goza?
La derecha mexiquense no busca transformar, busca conservar. Lo suyo es el mantenimiento preventivo del privilegio. El “orden” sirve para que la élite herede sin culpa, el burócrata administre sin riesgo y el pobre admire su propia disciplina. Los colegios privados del corredor Toluca-Metepec reproducen clase; las cámaras empresariales traducen religión en estrategia fiscal; los cabildos panistas y priistas convierten la moral en presupuesto. El resultado: paz aparente, desigualdad estructural.
a) ¿Para quién trabajan realmente los gobiernos de derecha: para el ciudadano o para la red que los financia?
b) ¿Por qué las políticas de “austeridad” siempre terminan encareciendo la pobreza?
c) ¿Cuántos contratos públicos esconden la homilía de la eficiencia?
d) ¿La familia que dicen proteger es la institución social o la suya?
e) ¿Qué libertad económica existe cuando el acceso al crédito depende del apellido?
f) ¿Por qué la palabra “orden” siempre rima con “obediencia”?
g) ¿La derecha ofrece estabilidad o resignación organizada?
h) ¿Qué clase de justicia es la que perdona fortunas y castiga rebeldías?
i) ¿El Edomex progresa o se conserva maquillado de modernidad?
j) ¿Y si el orden perfecto es solo una maquinaria para que nada cambie y todos aplaudan?
IV. ¿Con qué emociones se sostiene el orden?
El miedo, la culpa y la promesa: el triángulo de oro de la derecha. Miedo al caos, culpa por desear cambio, promesa de pertenecer algún día. Las homilías y los noticieros dicen lo mismo: “No pienses, obedece”. En el Edomex, la ultraderecha triunfa cuando el ciudadano pobre defiende al patrón, cuando el maestro teme educar en libertad y cuando el voto se convierte en acto de fe. No mandan por fuerza: mandan por hábito.
a) ¿Qué placer oculto hay en obedecer?
b) ¿Por qué la estabilidad pesa más que la dignidad?
c) ¿Cómo se fabrica el orgullo de ser dominado?
d) ¿Cuántas generaciones crecieron temiendo el cambio más que la injusticia?
e) ¿Por qué el discurso religioso sigue ganando a la pedagogía democrática?
f) ¿Qué miedo se esconde detrás de cada “yo no me meto en política”?
g) ¿Cuántos políticos construyen poder explotando la devoción al orden?
h) ¿El conservadurismo es ideología o emoción heredada?
i) ¿Puede haber revolución interior sin perder el sentido de pertenencia?
j) ¿Y si la ultraderecha no impone miedo: simplemente lo administra mejor que nadie?
V. ¿Y cuánto de esa derecha habita en nosotros?
El último espejo es el más incómodo. Porque el orden no solo se ejerce: se interioriza. En cada “no hagas ruido”, en cada “así se hacen las cosas”, en cada “por algo será”. La derecha triunfa cuando consigue que pensemos como ella sin llamarlo pensamiento. El Edomex está lleno de gente progresista que educa hijos conservadores, de creyentes sin iglesia, de pobres que sueñan ser patrones. Y ahí empieza el verdadero desafío: desmontar la derecha interiorizada, la que se confunde con sentido común y se disfraza de prudencia.
a) ¿Cuántas veces repetimos “el que quiere, puede” sin preguntarnos quién decide las condiciones del poder?
b) ¿Cuántas veces confundimos obediencia con civilidad?
c) ¿Cuántas veces defendimos al patrón que nos despidió porque “así es la vida”?
d) ¿Cuántas veces el mérito individual sustituyó la solidaridad?
e) ¿Cuántas veces creímos que orden es justicia y silencio, sabiduría?
f) ¿Cuántas veces amamos la autoridad porque nos evita pensar?
g) ¿Cuántas veces el miedo a la crítica nos hizo cómplices del poder?
h) ¿Cuántas veces votamos por el verdugo solo para sentirnos parte del orden?
i) ¿Cuántas veces aplaudimos al hipócrita porque nos representa mejor que el honesto?
j) Y si la derecha no es un enemigo externo sino un espejo, ¿cuándo vamos a atrevernos a mirarlo de frente?
Ser pobre y de derecha es una contradicción ontológica y una tragedia cultural.
Significa admirar a quien te desprecia, defender la cadena que te ata y aplaudir el sistema que te empobrece.
Es el triunfo perfecto del orden: lograr que el oprimido defienda al opresor con fervor moral.
No hay nada más funcional al poder que un pobre convencido de que sus verdugos son sus salvadores.
Esa es la victoria suprema de la derecha mexiquense: haber convertido la desigualdad en virtud y la servidumbre en fe.
