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OPINIÓN: S dice que: Morena ordena la casa

1 de septiembre de 2025

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***La jugada es quirúrgica: Delfina Gómez marca territorio sin confrontar de frente, cediendo la conducción legislativa a una figura funcional, conciliadora y sin historial de fracturas

Camacho, el relevo que suena más que un recambio

El cambio en la presidencia de la Mesa Directiva de la LXII Legislatura es más que un ajuste protocolario: representa la reconfiguración silenciosa de los equilibrios internos en Morena. La llegada de Martha Azucena Camacho Reynoso desplaza a Maurilio Hernández, histórico operador del higinismo y pieza clave de Higinio Martínez. La jugada es quirúrgica: Delfina Gómez marca territorio sin confrontar de frente, cediendo la conducción legislativa a una figura funcional, conciliadora y sin historial de fracturas. Camacho no es un poder por sí misma, pero simboliza un cambio profundo: la hegemonía texcocana se dosifica y el Congreso deja de ser extensión de una sola facción. En paralelo, el movimiento prepara el terreno para 2027, consolidando alianzas y desplazando discretamente las fichas del tablero. Nada es casual: en política, los rostros importan, pero los mensajes importan más.

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El delfinismo toma los hilos del Congreso

La presidencia de la Mesa Directiva en manos de Martha Azucena Camacho Reynoso es solo la punta visible de una operación más profunda: el delfinismo ha comenzado a tejer control sobre la agenda legislativa. La estrategia es doble: institucionalizar el mando y disolver las hegemonías históricas. Al desplazar la conducción del Congreso de las manos del higinismo a un perfil cercano pero no subordinado, el equipo de Delfina Gómez asegura que ninguna facción pueda bloquear iniciativas clave. La prioridad es blindar las reformas en materia de presupuesto, transparencia y coordinación fiscal, así como cerrar el paso a las viejas prácticas priistas que aún sobreviven en algunos pasillos. El mensaje interno es claro: el Ejecutivo marca el ritmo y la Legislatura acompaña. No es ruptura, es redefinición del mando en un Congreso que, por primera vez en años, responde más a la gobernadora que a las tribus.

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El higinismo retrocede, pero no se rinde

El desplazamiento de Maurilio Hernández de la presidencia de la Mesa Directiva no significa la derrota del higinismo, pero sí revela un cambio en la correlación de fuerzas. Durante años, el grupo de Higinio Martínez controló la agenda legislativa y administró los equilibrios internos de Morena en el Congreso. Hoy, su influencia se diluye, limitada a operadores de segunda línea y a la capacidad de negociación desde el Senado, donde Higinio aún conserva un espacio simbólico. La maniobra es quirúrgica: el delfinismo busca reducir el poder texcocano sin fracturar la unidad interna, desplazando piezas sin provocar guerra abierta. Sin embargo, el costo político es real: un higinismo desplazado y resentido puede convertirse en un factor de tensión cuando arranquen las definiciones rumbo a 2027. Lo que parece control hoy podría transformarse mañana en un pulso por las candidaturas y el reparto territorial del poder.

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El PAN Vargas y la ingeniería del poder familiar

El anuncio de que Enrique Vargas del Villar, senador de la República, buscará nuevamente la alcaldía de Huixquilucan podría parecer, a simple vista, un contrasentido: ¿para qué renunciar a un escaño nacional para administrar un municipio que ya gobernó dos veces? La respuesta está en la ingeniería política que el panismo varguista ha perfeccionado: controlar las dos posiciones al mismo tiempo. El plan es simple y milimétrico: Vargas solicitaría licencia temporal en el Senado para competir, usaría su maquinaria territorial para imponerse en la alcaldía, rendiría protesta y, en el corto plazo, pediría licencia para dejar el cargo en manos de su suplente… mientras regresa a su escaño. La clave de todo no está en Vargas, sino en quién será su suplente en la presidencia municipal: todo apunta a que podría ser su hija mayor, consolidando así una dinastía política de facto bajo el disfraz de alternancia democrática. En el PAN mexiquense, el apellido Vargas vale más que cualquier estatuto.

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Alito, la caricatura del PRI que México ya no tolera

La decadencia del PRI tiene nombre propio: Alejandro “Alito” Moreno. No es solo dirigente, es la encarnación de todo lo que el mexicano rechaza en la política: corrupción, cinismo, abuso, simulación y violencia. Bajo su liderazgo, el tricolor perdió 11 gubernaturas, incluido el Estado de México, y se hundió en una crisis moral que exhibe su agotamiento histórico. Alito no conduce al partido: lo posee, lo administra como botín personal mientras la militancia se diluye y la oposición se desmorona. Es el espejo roto de un sistema que ya no funciona: donde debería haber ética hay impunidad, donde debería haber servicio público hay privilegio y donde se pide transparencia hay opacidad. Cada escándalo suyo —desvíos millonarios, pleitos públicos, pactos rotos— confirma que el viejo PRI se derrumba convertido en caricatura de sí mismo. En el Edomex lo sabemos bien: décadas de cacicazgos dejaron cicatrices profundas, pero Alito lleva la simulación al extremo. Es, literalmente, la antítesis del político que México necesita.