OPINION: Se dice que: El poder que no cambia, sólo se reparte
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***La Casa de la Serpiente es un pequeño Grupo Atlacomulco de tercera generación, sin el linaje ni los modales del original, pero con más cinismo y menos límites
Así opera “La Casa de la Serpiente”
La Casa de la Serpiente es un pequeño Grupo Atlacomulco de tercera generación, sin el linaje ni los modales del original, pero con más cinismo y menos límites. Nació en Coacalco como un nido de intereses entre priístas de viejo cuño, panistas corruptos de ocasión y oportunistas de cualquier sigla. Hoy opera como una red mafiosa que controla gobiernos municipales y diputaciones locales al margen de cualquier ideología. Tienen Coacalco bajo el PRI, Metepec con la alianza PAN-PRI-PRD, y una diputación local con las siglas de Morena. Tres colores, un solo grupo. Se disfrazan de pluralidad, pero responden a una misma lógica de reparto. No gobiernan, administran botines. No representan ideas, ejecutan acuerdos. Lo político ha sido sustituido por la gestión privada del Estado. La Casa de la Serpiente no busca el poder para transformar nada, sino para capturarlo todo. Ya no hay conflicto ideológico, solo cuotas de operación. La escena pública es simulacro; la alianza real está en las sombras, unida por complicidades, matrimonios y negocios. El régimen no cambió: solo se volvió más obsceno.
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Los operadores
Los rostros de La Casa de la Serpiente no se esconden. Ejercen el poder con descaro, porque ya no necesitan disimular. Al centro está David Sánchez Isidoro, actual alcalde de Coacalco por cuarta ocasión, dueño de una plaza que ya considera propiedad personal. A su lado, Erwin Castelán, también exalcalde, hoy intermediario de obra pública en Metepec, mientras su esposa, la diputada local de Morena Sandra Patricia Santos, completa la fachada de pluralidad. En Metepec, el alcalde Fernando Flores garantiza continuidad operativa y contratos a modo. La estructura se sostiene gracias a José Manzur Quiroga, no como operador técnico, sino como apostador político: invierte recursos propios para sostener sus relaciones actuales y comprar futuro. No financia estructuras, las adquiere. Lo acompañan Miguel Ángel Ordóñez, encargado de mover las piezas sin dejar huella; José Gabriel Pawling, administrador de conveniencias; y Víctor Legorreta, operador de cloacas, el que se encarga de lo que debe pasar pero no figurar. Aquí no hay competencia, hay reparto. No hay alternancia, hay turnos. Lo electoral es simulacro. La Casa de la Serpiente no disputa el poder: lo tiene, lo rota, lo exprime.
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Pactar y simular para engañar al elector
El plan ya está trazado. Para 2027, La Casa de la Serpiente pretende colocar a Erwin Castelán como candidato de Morena a la alcaldía de Coacalco, sellando así el círculo: conservar el control político, garantizar la salida limpia de David Sánchez Isidoro, y blindar toda rendición de cuentas. En ese mismo diseño, también decidirán —desde dentro— quiénes serán los candidatos del PRI y del PAN: figuras decorativas, elegidas para perder. En Metepec, el libreto será el mismo. La candidata del PAN será Saraí Albarrán, esposa del alcalde Fernando Flores, una mujer respetable que, sin buscarlo, ha quedado atrapada por los intereses del grupo. Por el PRI, el elegido será Jesús Manzur, jefe de la policía municipal y sobrino de José Manzur Quiroga. En Morena, intentarán colocar también una candidatura “a modo”, cerrando el cerco en las tres principales fuerzas. La diputada Sandra Patricia Santos irá por la reelección, no por mérito ni proyecto, sino como pieza funcional al equilibrio del grupo. No se trata de una contienda democrática, sino de una puesta en escena, donde el electorado solo puede elegir entre opciones previamente pactadas. El poder ya no se disputa: se administra como franquicia.
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Delfina, demasiado decente para los fangos mexiquenses
En este mismo escenario, donde todo se negocia y nadie responde, Delfina Gómez parece fuera de lugar. No miente, no finge, no simula: es una mujer honesta, quizá demasiado honesta para los fangos de la política mexiquenses. La gobernadora llora por Fernandito y Dulce, dos menores asesinados en un contexto de violencia que no da tregua, como si el ejercicio del poder no la hubiera endurecido, como si la indignación aún tuviera espacio en el cargo. Pero su autenticidad no modifica la lógica de fondo: la expone. Gobierna en un entorno diseñado para anular cualquier asomo de ética pública, donde las decisiones se pactan fuera de los despachos, entre operadores, cuotas y cálculos. La suya es una presencia distinta, pero no disruptiva. En ese contexto, la integridad personal resulta insuficiente. No por falta de voluntad, sino por exceso de estructura. En un sistema donde el poder real se administra por redes paralelas, lo simbólico se vuelve irrelevante. Y cuando la decencia no produce consecuencias, el cinismo se fortalece.
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Tarifas, chantajes, ¿de qué lado está Sibaja?
Y mientras todo eso ocurre, ¿dónde está el secretario de Movilidad, Daniel Sibaja? En medio de las tensiones por el pretendido aumento a las tarifas del transporte público, ha optado por el silencio, la simulación o el discurso invertido. Su oficina ha construido una narrativa boba y mañosa: convertir a los empresarios del transporte en víctimas, cuando en realidad son beneficiarios de un sistema que durante años han manejado con plena libertad, subsidios indirectos y tolerancia institucional. No se trata de pequeños concesionarios al borde del colapso: se trata de empresarios que ganan, y ganan bien. Si no fuera rentable, ya se habrían ido. Que no mientan. Que no intenten disfrazar presión organizada como legítima necesidad. En esta disputa, el gobierno no puede hablar de neutralidad. Debe estar del lado de la gente, no de los grupos que lucran con un servicio básico, deficiente y muchas veces impune. La movilidad es un derecho, no una franquicia con tarifa variable según la amenaza.
