Se dice que: Copas, contratos y espejismos
Amigos, copas y contratos
El célebre video de Wblester Santiago y Ariel Juárez, que empezó a correr desde ayer con entusiasmo de feria, no revela nada que no supiéramos sobre la zoología sentimental del poder. Dos funcionarios pasados de copas no son, por sí mismos, una anomalía cósmica; cada quien puede brindar como le plazca y la Constitución, que a veces es más sensata que nosotros, no prohíbe la amistad ni la sobremesa líquida. El inconveniente aparece cuando la amistad se cruza con el orden sagrado de los contratos: Wblester, diputado y viejo contratista de obra pública; Ariel, titular de la Junta Local de Caminos y uno de los mayores asignadores del sexenio. Es como poner a un gourmet frente al bufet que él mismo cocina. No es el brindis el que incomoda, sino la coreografía: mientras uno construye, el otro aprueba. Entre risas y vasos, se forma un conflicto de interés tan solemne que debería cobrar entrada. Que sigan siendo amigos, faltaba más; pero si el servicio público quiere conservar una pizca de dignidad, renuncia Ariel o Wblester apaga su empresa. Las dos cosas, juntas, no caben en la misma mesa.
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Toluca y las segundas oportunidades
Toluca tiene la costumbre melancólica de votar como quien elige remedios caseros: uno nunca sabe si curan o empeoran. La primera vez que Morena gobernó la capital, puso al frente a Juan Rodolfo Sánchez, un conservador disfrazado de progresista cuya gestión convirtió a la ciudad en un catálogo de carencias y sospechas; tan mal salió el experimento que el electorado castigó al movimiento devolviéndole el poder al PRI, y lo hizo con su espécimen menos recomendable: Raymundo Martínez, hoy procesado por delitos que arruinan cualquier intento de biografía heroica. El votante rectificó y le dio una segunda oportunidad a la 4T con Ricardo Moreno, que no pretende hacer milagros ni caminar sobre baches, pero sí ha entregado un gobierno muy superior a los últimos cuatro o cinco: menos excesos, más orden, mejor percepción y un sentido de rumbo que Toluca llevaba años sin ver. No es talento individual únicamente; el movimiento lo obliga a no repetir a los caciques del pasado. ¿Puede ser mejor? Claro, puede y debe. Una capital no está para resignarse: está para ser reivindicada.
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Ana Muñiz y el oasis priista
Dentro del PRI, convertido ya en parque temático de nostalgias, Ana Muñiz Neyra aparece como esas piezas completas que sorprenden a los arqueólogos porque desmienten el derrumbe total. Más allá de afectos y fobias, los datos sostienen algo evidente: en su segundo periodo en San Mateo Atenco, los resultados mejoraron respecto a hace cinco años; tal vez no como revolución municipal, pero sí como administración que entiende que gobernar implica entregar obras, orden y eficacia, no liturgias partidistas. Mujer, joven y sin la adicción priista a los pactos de complicidad, Muñiz construyó su escalera con resultados, no con padrinos. En un ecosistema acostumbrado a confundir poder con favoritismo, ella destaca por hacer lo elemental y lo urgente: gobernar con decencia. En el desierto priista, encontrar un oasis no salva al peregrino, pero sí indica que la vida aún existe. Y eso, para ese partido, ya raya en hallazgo paleontológico.
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El espejismo del crecimiento prestado
El Edomex presume prosperidad económica con la facilidad de quien confunde espejos con ventanas. El crecimiento estatal cerró en 2.1 %, muy lejos de la meta de 4.5 %, y eso ya instala el primer signo de interrogación. La entidad vive sostenida por factores que no controla: la inercia del mercado nacional, el consumo monumental de su población y la radiación económica de la megalópolis. La productividad por hora trabajada cayó de 139 a 138 pesos, mientras el promedio nacional ronda los 218.5; la informalidad resiste, y la brecha entre los hogares del primer y décimo decil parece pedir pasaporte para cruzarse. El famoso nearshoring aún es promesa, no transformación: visita, pregunta, sonríe… y se va. El Edomex tiene tamaño, ubicación y mercado, pero le falta diseño industrial, logística inteligente, infraestructura moderna y una estrategia de capital humano que convierta su peso demográfico en motor y no en lastre. La prosperidad auténtica requiere autonomía productiva, no suerte externa.
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La factura pendiente del bienestar mexiquense
El Edomex es la segunda economía del país y aporta alrededor del 8.7 % del PIB nacional, pero no logra traducir esa magnitud en bienestar proporcional. La meta oficial de 4.5 % de crecimiento terminó en 2.1 %, recordatorio de que la narrativa del éxito va más rápido que la estructura productiva. La pobreza laboral apenas baja de 34.5 % a 33.1 %, como si la mejora caminara de puntillas; la productividad por hora se desliza de 139 a 138 pesos, mientras el promedio nacional vive en 218.5; el consumo crece por demografía, no por salarios robustos; el nearshoring mira, evalúa y sigue de largo porque la infraestructura estatal sigue en obra negra conceptual. Si el Edomex quiere aspirar a futuro y no a inercia, necesita una revolución silenciosa: productividad, ciencia, valor agregado, infraestructura estratégica y una política redistributiva que no tiemble ante los poderosos. Ninguna economía grande prospera por accidente. Aquí toca diseñar, no esperar.
