SE DICE QUE: El agua que ahoga y la sed que no acaba
***Si el agua es el espejo del gobierno, el reflejo actual exhibe más negligencia que gestión
Redacción AD¨Noticias
Pobre Estado de México: en tiempos de calor, la población sufre sed; en tiempos de lluvia, se inunda. La paradoja persiste no por culpa del clima, sino de la gestión. Tras la crisis de sequía que vació presas y provocó cortes en el Cutzamala, las lluvias de septiembre elevaron los niveles a casi 90 %, pero la abundancia no se tradujo en abasto. José Arnulfo Silva Adaya, titular de la Secretaría del Agua, y Beatriz García Villegas, vocal ejecutiva de la CAEM, no supieron administrar ni la carencia ni la plenitud. En ambos escenarios, la respuesta institucional fue lenta, confusa y sin planeación territorial. Su desempeño no aprueba la mínima evaluación técnica ni política: el Estado sigue sin una política hídrica integral, sin mantenimiento eficiente de redes y sin previsión ante extremos climáticos. Si el agua es el espejo del gobierno, el reflejo actual exhibe más negligencia que gestión.
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Secretaría de las Mujeres: mucha estadística, poca protección
El discurso institucional sobre igualdad y erradicación de la violencia suena bien, pero la realidad lo desmiente con crudeza. Un análisis de Genera Conocimiento advierte que la Secretaría de las Mujeres del Estado de México “no da seguimiento específico” a gran parte de las denuncias de violencia y que sus intervenciones suelen quedarse en acompañamientos burocráticos cuando se requieren acciones efectivas. El mismo estudio señala que las áreas de comunicación, vinculación y prevención carecen de programas públicos sólidos para atender casos o difundir obligaciones legales básicas. A ello se suma un desfase evidente entre diagnóstico y resultado: el propio Informe Final AVGM 2024 reconoce un aumento del 145 % en los casos de violencia feminicida en seis años, prueba de que la Secretaría produce reportes, pero no transforma la realidad que describe. Los refugios, subsidios y mecanismos de coordinación anunciados en la Gaceta Parlamentaria no ofrecen cifras verificables ni indicadores de impacto. Tampoco se observa una política cultural sostenida que modifique patrones de poder o conducta. En el fondo, la debilidad de la dependencia no es técnica, sino política: responde más a la agenda del gobierno que a la urgencia de las víctimas. Esa distancia entre diagnóstico y acción explica, en buena medida, las versiones sobre la inminente salida de Mónica Chávez, cuyo desempeño institucional se ha vuelto indefendible ante la magnitud del problema.
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Cultura sin brújula
El Edomex presume vocación cultural, pero la gestión actual parece no haberse enterado. Bajo el mando de Nelly Minerva Carrasco Godínez, la Secretaría de Cultura y Turismo se ha vuelto un aparato más de autopromoción que de creación de política pública. La comparación con la capital es inevitable y dolorosa: mientras la CDMX despliega una estrategia cultural y turística articulada, el Edomex sobrevive con eventos descoordinados, festivales improvisados y campañas publicitarias sin narrativa. Carrasco, de perfil político y no técnico, se ha distinguido más por su arrogancia que por su visión; su relación con la comunidad cultural es distante y, a menudo, confrontativa. Los señalamientos de nepotismo, desorganización y falta de innovación no son maledicencias: son síntomas de una dependencia que no logra definir rumbo ni liderazgo. Si la cultura es espejo del alma pública, el reflejo actual muestra un rostro sin expresión. Su desempeño, evaluado en términos de gestión, creatividad y diálogo institucional, no alcanza nota aprobatoria. Quizá el problema no sea ella como persona, sino su ubicación: un talento político extraviado en un territorio que exige sensibilidad, conocimiento y humildad.
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Valle de Bravo, atrapado en los ochenta
En Valle de Bravo, el poder volvió a parecerse a los años ochenta: discrecional, doméstico y ensimismado. La alcaldesa Michelle Núñez Ponce, que llegó envuelta en el discurso de la “transformación”, ha terminado replicando los viejos modos del priismo que decía combatir. El cabildo le retiró la confianza, la ciudadanía la observa con decepción y hasta dentro de Morena reconocen que su gestión se volvió un lastre. Las acusaciones por opacidad en el manejo del FAISMUN, la frivolidad con la que enfrenta los problemas de agua y pobreza, y los escándalos que rodean a su entorno familiar —primero su esposo y ahora su hermano— reflejan un estilo de gobierno cerrado, que confunde autoridad con propiedad. El ego sustituyó al proyecto, y la administración municipal opera bajo la lógica del favor, la consigna y el control. Valle de Bravo no necesitaba nostalgia política, sino capacidad moderna de gobierno. Hoy, su alcaldesa ha creado las condiciones perfectas para que Morena pierda uno de los municipios simbólicamente más valiosos del Edomex.
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Zinacantepec: la resaca del viejo poder
Zinacantepec lleva años pagando la factura de su propia clase política. Cuatro administraciones consecutivas —PRI, PAN y Morena— dejaron un saldo que se mide menos en obras y más en desconfianza. El alcalde actual, Manuel Vilchis Viveros, ha señalado que de esos gobiernos anteriores se habrían desviado recursos por alrededor de dos mil millones de pesos, cifra que sintetiza décadas de corrupción y simulación. Lo paradójico es que hoy esos mismos exalcaldes —salvo el que terminó preso— se presentan como los opositores más rabiosos de quien rompió con ellos. Su enojo no proviene de un sentido ético, sino de haber perdido el control político y económico del municipio. Vilchis fue reelecto porque la gente distingue entre ruptura y continuidad, pero su desafío es monumental: limpiar la casa sin reproducir los viejos vicios que la ensuciaron. El problema de Zinacantepec no es su presente, sino la resaca de un pasado que se niega a morir; una clase política que cambió de siglas, pero no de costumbres, y que aún confunde el servicio público con botín personal.
