Se dice que: El ánimo que decidirá el 27
En 2027, los partidos no competirán con promesas, sino con su expediente territorial
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- Los tres jinetes del voto,
- El agua secuestrada por el poder,
- El miedo que ya cambió el mapa.

Los tres jinetes del apocalipsis electoral
Cuando el elector del Estado de México cruce la boleta en 2027 no estará pensando en discursos ni en colores partidistas, sino en la trilogía que ha ido definiendo su vida cotidiana con una persistencia casi cruel: agua, inseguridad y transporte, los tres jinetes del apocalipsis electoral que pesan más que cualquier narrativa ideológica. El agua, porque la escasez dejó de ser excepción y se volvió rutina; la inseguridad, porque sigue marcando el ritmo de la calle y de la noche, y el transporte, porque moverse entre municipios es una prueba diaria de resistencia física y emocional. Ese es el verdadero marco mental del voto: una evaluación directa, casi instintiva, de quién resolvió y quién fracasó, quién evitó el deterioro y quién lo aceleró. En 2027, los partidos no competirán con promesas, sino con su expediente territorial: perderán gobiernos donde estos jinetes ganaron terreno, retendrán donde lograron contenerlos y conquistarán donde la gente perciba algún grado de orden. El ánimo electoral no será misterio, será la suma objetiva de estas tres carencias que, juntas, definen el veredicto.
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El desorden oculto del agua
El dilema del agua en el Edomex no es la inexistencia del recurso, sino su distribución brutalmente desigual, diseñada durante décadas para beneficiar a quienes tienen capital, influencia o permisos heredados de un régimen que confundía nación con negocio. Agua sí hay: en el subsuelo, en cuerpos superficiales y en la recarga natural que todavía resiste, pero la mayor parte del volumen disponible quedó comprometida por casi diez mil concesiones vigentes, concentradas en sectores industriales, desarrollos inmobiliarios y empresarios agrícolas que operan como si el acceso al recurso fuera un privilegio patrimonial y no un bien común. La gente común recibe migajas mientras las grandes plantas y los enclaves residenciales funcionan sin interrupción, una postal que explica por qué la escasez cotidiana es menos un problema físico que un síntoma de injusticia estructural. Por eso, la nueva Ley del Agua dejó de ser un asunto técnico para convertirse en un pendiente moral: redefinir al agua no como mercancía, sino como propiedad de la nación y derecho humano, ordenar las concesiones, revisar su pertinencia, cerrar abusos y asegurar que el suministro deje de premiar a los poderosos y castigar a los demás. Sin ese giro jurídico y político, cualquier promesa de solución seguirá siendo un espejismo.
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La aristocracia hídrica del poder local
Basta revisar con calma la lista de personas físicas con concesiones de agua para entender que el problema no solo es técnico, sino político en su sentido más descarnado: la clase gobernante del Edomex se convirtió en propietaria de facto del recurso, amparada por un sistema que regaló volúmenes desproporcionados a quien tenía apellido, cargo o cercanía con el régimen. No hay político sin rancho, sin hacienda o sin algún proyecto agropecuario “de fin de semana,” y todos esos enclaves requieren agua; si necesitaban miles de litros, recibieron millones; y, hoy, una parte de ese líquido se vende, se arrienda o se trafica como si fuera patrimonio personal. Lo que debería ser un bien de uso colectivo terminó capturado por redes de funcionarios, exfuncionarios y operadores que, durante años, tejieron una aristocracia hídrica tan silenciosa como rentable. El resultado es un saqueo de recursos que ofende por su dimensión y por su descaro: mientras comunidades enteras sobreviven con tandeo y pipas, la élite administra concesiones como si fueran títulos nobiliarios, demostrando que la crisis no es de agua, sino de poder que no conoce límites.
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El norte abierto al crimen
Las evidencias ya no admiten matices: el régimen anterior abrió la puerta del norte del Edomex al crimen organizado y lo hizo con una mezcla de negligencia, complicidad y abandono que hoy se respira en municipios como Atlacomulco, Acambay, Temascalcingo, Jilotepec e Ixtlahuaca, por mencionar solo los más visibles en el mapa del deterioro. En esa franja, donde antes presumían orden casi mítico, hoy operan con soltura el CJNG y La Nueva Familia, mafias que no solo disputan rutas o cobros, sino que han logrado el punto más delicado de cualquier penetración criminal: controlar a las autoridades locales, ya sea por intimidación, por cooptación o por ambas cosas al mismo tiempo. Lo que se degradó allí no fue un modelo de seguridad, sino la cadena completa de gobernanza, hasta convertir a esos municipios en espacios donde el poder público es apenas un decorado y la vida territorial la dictan organizaciones que conocen mejor que nadie las rutinas, los caminos y los miedos de la población. El repliegue del Estado en esa zona no es un dato; es un recordatorio de cuánto costará reconstruir autoridad real donde se entregó, sin resistencia, la soberanía diaria.
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El miedo no anda en burro
La detención de Isidro Pastor por operación con recursos de procedencia ilícita no solo descarriló a uno de los tantos artefactos políticos que Arturo Montiel fabricó en sus mejores años; también pareció activar en el propio Montiel una prudencia súbita, casi instintiva, que interrumpió el hiperactivismo con el que llevaba meses tratando de mantenerse vigente. No es difícil leer el gesto: cuando cae una pieza creada por uno, el temor natural es que el hilo de la investigación avance hacia quien diseñó el muñeco. Y, en el caso de Montiel, la historia es generosa en episodios donde, cuando se rasca al dinero, aparece algo más que contabilidad creativa. El silencio reciente no parece cálculo político, sino un recordatorio de que incluso los patriarcas del antiguo régimen saben que la fiesta terminó y que cualquier revisión seria de sus finanzas podría exhibir lo que por años se ocultó bajo alfombras gruesas. La política local, que conoce bien esos movimientos, entendió el mensaje: el miedo tampoco anda en burro, especialmente cuando los tiempos cambiaron y los viejos intocables dejaron de serlo.