Se dice que: El golpe que viene contra el huachicol del agua
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***El mapa está trazado: Ecatepec, Tlalnepantla, Nezahualcóyotl, Lerma y Ocoyoacac concentran las redes de extracción ilegal que venden el líquido como si fuera petróleo.
Todo indica que el fiscal del Estado de México prepara un golpe mayor contra las bandas de huachicoleros del agua, un delito que dejó de ser rapiña y se volvió estructura criminal con rostro político y dinero público. El mapa está trazado: Ecatepec, Tlalnepantla, Nezahualcóyotl, Lerma y Ocoyoacac concentran las redes de extracción ilegal que venden el líquido como si fuera petróleo. En abril, se aseguraron 18 puntos clandestinos y ahora se anticipa un operativo de gran escala para romper los circuitos financieros y logísticos. Pero más allá del despliegue policial, lo que se juega es la verdad sobre la privatización encubierta del agua: pipas protegidas por funcionarios, sindicatos que cobran “derecho de abasto” y policías que miran a otro lado. Si el golpe ocurre, no será solo judicial, será epistemológico: mostrará que el robo de agua no era desorden, sino sistema. Y si no ocurre, confirmará lo que muchos sospechan: que en el Edomex, el agua corre, pero la justicia no.
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El pozo que cambió de manos en Ocoyoacac
En Ocoyoacac, un pozo que abastecía a la Universidad Autónoma del Estado de México terminó irrigando los jardines del Rancho Capetillo, propiedad de una familia de famosos. No fue despojo ni litigio: fue regalo. El agua, patrimonio público, se convirtió en cortesía entre amigos con poder. Así funciona la privatización silenciosa en el Edomex: no se roba, se obsequia. Ningún documento público habla de venta o concesión; solo la omertá burocrática que permite convertir un bien colectivo en privilegio privado. Mientras comunidades aledañas cargan cubetas o compran pipas, un pozo universitario —nacido para la investigación y el servicio— terminó llenando albercas y pasto ornamental. La escena condensa el sistema entero: una clase política que confunde el Estado con su club de campo y una ciudadanía tan acostumbrada al abuso que ya no se indigna. El agua, en el Edomex, corre cuesta abajo: del pueblo al privilegio.
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Montiel y la margarita del adiós
Arturo Montiel deshoja la margarita para decidir si se queda o se va del PRI, el partido que lo formó y que hoy agoniza entre inercias. Todo estaba listo para su salida, pero algo lo hizo detenerse en el último momento. No fue nostalgia: fue cálculo. Montiel siempre ha sabido medir los tiempos del poder, incluso cuando los otros apenas entienden el reloj. Sabe que el PRI ya no ofrece futuro, pero irse antes de su caída final podría parecer traición, mientras que esperar su derrumbe total puede parecer gesto de prudencia o de ironía. El exgobernador conoce la lógica de los sistemas moribundos: hay que quedarse quieto hasta que el edificio se venga abajo solo. No ha cambiado de convicciones, sino de estrategia. Y todo indica que será cuestión de tiempo para que Montiel rompa el último hilo de una lealtad que hace mucho dejó de tener sentido.
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El juez moral que olvidó su espejo
Resulta patético ver al ex presidente del Poder Judicial del Edomex convertido en influencer moral, grabando videos en sus redes para enseñar ética pública y denunciar a quienes “lucran con el cargo”. El mismo hombre que durante años acumuló riquezas, propiedades y privilegios que ningún salario judicial explica, ahora dicta cátedra de virtud desde el confort de su retiro dorado. En sus discursos habla de honestidad, pero jamás menciona cómo financió su vida de magnate con sueldo de magistrado. Lo que era poder ahora se disfraza de sermón; lo que fue abuso se camufla de conciencia cívica. Y mientras lanza piedras desde su pantalla, olvida que su lengua sigue atada al expediente que nunca se revisó. El problema no es que hable, sino que ya nadie en el Edomex cree en su versión de la moral. En tiempos donde el cinismo se volvió pedagogía, su metamorfosis es la más grotesca: de juez a influencer, de autoridad a caricatura.
¿Dónde está Nemer?
¿Dónde está Ernesto Nemer, aquel político que soñó con ser candidato del PRI y terminó viendo el ocaso desde la orilla? Su última jugada fue empujar a Fernando Flores en Metepec, creyendo que ahí plantaría su legado. Pero lo que sembró fue su propio epitafio. Desde entonces, Nemer se esfumó del mapa, sin cargo, sin discurso y —peor aún— sin relevancia. En un ecosistema donde todos se reciclan, él simplemente desapareció. Lo más duro no es su silencio, sino la indiferencia: nadie lo busca, casi nadie lo nombra. Fue uno de los hombres más influyentes del priismo mexiquense y hoy no llena ni una mesa de café. En política, el olvido es la forma más cruel de muerte: llega sin ceremonia, sin reproche, sin ruido. Nemer encarna el destino de una generación que confundió el poder con la eternidad. Y, en el Edomex, la eternidad siempre dura menos que un sexenio.
