Amaqueme

Se dice que: El presupuesto que no alcanza ni para el espejismo

13 de octubre de 2025

Redacción Ad Noticias


***En 2026, el Estado de México podría administrar un presupuesto cercano a 410 mil millones de pesos, apenas un soplo 5 % superior al de 2025. Es decir, el mismo pastel con una vela más. En un territorio que concentra 17 millones de habitantes, la cifra impresiona solo hasta que se divide: unos 24 mil pesos por persona al año para cubrir educación, salud, seguridad, transporte, agua, deuda y la eterna maquinaria burocrática. La gobernadora podrá presumir disciplina fiscal y prudencia, pero la verdad estructural es más incómoda: dos de cada tres pesos seguirán yéndose a gasto corriente.

En 2026, el Estado de México podría administrar un presupuesto cercano a 410 mil millones de pesos, apenas un soplo 5 % superior al de 2025. Es decir, el mismo pastel con una vela más. En un territorio que concentra 17 millones de habitantes, la cifra impresiona solo hasta que se divide: unos 24 mil pesos por persona al año para cubrir educación, salud, seguridad, transporte, agua, deuda y la eterna maquinaria burocrática. La gobernadora podrá presumir disciplina fiscal y prudencia, pero la verdad estructural es más incómoda: dos de cada tres pesos seguirán yéndose a gasto corriente, no a inversión. Es el síndrome del Estado-administrador: mucho sueldo, poca transformación. La narrativa de bienestar promete redención, pero las partidas de infraestructura, innovación y productividad siguen estancadas en la década pasada. Mientras tanto, la inflación se come el margen y los municipios operan con migajas. Si nada cambia, 2026 será otro año de supervivencia presupuestal, no de progreso: el dinero apenas alcanzará para sostener la ilusión de un gobierno que gasta para seguir existiendo, no para cambiar lo que existe. La contabilidad cerrará en ceros, pero el futuro quedará en números rojos.

**

El laberinto estructural del ISSEMyM

Dos años después, el ISSEMyM no es un caso clínico de mala gestión, sino un padecimiento sistémico: reserva actuarial agotada, más pensionados que ingresos sostenibles, morosidad pública crónica, compras opacas y un relato de “abasto” que sube y baja como glucosa sin dieta. Cambiar al director es anécdota administrativa; lo que falta es decisión política con sensibilidad social y rigor técnico. El modelo mixto reparto-capitalización opera con parámetros inviables y gobernanza débil. Pero la salida no es tecnocrática ni neoliberal: no se trata de cobrarle más al trabajador, sino de rediseñar el sistema con equidad y sentido público. La reforma debe ser progresiva y solidaria: que los mayores ingresos y los patrones públicos asuman el peso principal, que la edad de retiro se ajuste con incentivos, no castigos, y que el control del gasto médico elimine fugas antes de tocar bolsillos. Solo así una reforma paramétrica dejará de ser ajuste y se volverá justicia intergeneracional. Sin esa mezcla de sensibilidad social y disciplina técnica, el ISSEMyM seguirá pagando el pasado, hipotecando el futuro.

La alianza que necesita respiración asistida

La renuncia de Trinidad Franco a la Oficialía Mayor y el mal desempeño de Norberto Morales en la Secretaría del Trabajo abrieron una grieta que la gobernadora Delfina Gómez no puede ignorar: la fragilidad del Partido del Trabajo dentro de la coalición gobernante. La reunión con Reginaldo Sandoval no buscó salvar la alianza, sino redefinir sus límites. Sandoval, operador directo de Alberto Anaya, acudió como correa de transmisión para acordar un principio elemental: el PT conservará presencia en el gabinete, pero sin condicionar los ajustes que el gobierno juzgue necesarios. En términos políticos, Delfina marcó su territorio: la coalición sigue, pero el mando no se comparte. Ni Óscar González ni Fernando Vilchis figuran ya en la ecuación; fueron peones de etapas pasadas. La prioridad ahora es mantener la estabilidad sin hipotecar la eficacia, y eso implica libertad para mover fichas sin pedir permiso. La gobernadora no rompe con el PT, simplemente le quita el privilegio de estorbar.

**

El Poder sin intermediarios

El mensaje político de Horacio Duarte durante su comparecencia ante la LXII Legislatura del Edomex fue inequívoco: Delfina Gómez no comparte autoridad, la ejerce con legitimidad propia. Duarte se asumió como su ejecutor político, no como operador de facción ni vocero de lealtades ajenas. Al afirmar que “hay un solo equipo: el de la gobernadora Delfina Gómez Álvarez”, transformó la unidad en mandato y la lealtad en principio de Estado. Su advertencia —“no es momento de pensar en las agendas del 2027”— no fue frase de coyuntura, sino cierre de ciclo: el poder dejó de orbitar en torno a figuras tutelares y se concentró en una sola conducción política. En el nuevo orden mexiquense, Delfina no representa al movimiento: lo encarna.

Izquierda mordiendo a la izquierda

Lo que ocurre en Toluca no es una rebelión estudiantil, sino una crisis generacional de la izquierda local. Viejos cuadros que fueron parte del tronco político del PRD histórico —algunos con pasado en el socialismo universitario y en movimientos barriales de los ochenta y noventa— hoy se sienten excluidos del nuevo ecosistema de poder morenista. Sin cargos, sin presupuesto y sin reconocimiento, han mutado de articuladores a saboteadores: golpean al gobierno de izquierda bajo la consigna de que “la 4T los traicionó.”

En torno a ese fermento se agrupa un bloque híbrido: veteranos con oficio político y jóvenes con discurso radical. A falta de partido, se reorganizan como microestructura de presión, reapareciendo en paros universitarios, marchas temáticas y campañas digitales de desgaste. Su herramienta visible es el “bloquecito negro”, un dispositivo de acción que mezcla logística, framing y amplificación: proveen guion, ritmo y altavoz, sin masas, pero con impacto quirúrgico. No buscan mayoría, buscan viralidad.

El blanco reciente es Ricardo Moreno, convertido en símbolo del nuevo orden morenista en Toluca. Lo atacan no por ideología, sino por sustitución: representa el espacio que creen que les fue arrebatado. El conflicto ya no es izquierda contra derecha, sino izquierda contra izquierda, una disputa interna por el monopolio del relato progresista. En el fondo, la vieja izquierda reclama su lugar en la historia, aunque para lograrlo tenga que incendiar la casa que ayudó a construir.