SE DICE QUE: La plaga no se fue: mudó de logo
***Todo lo demás son uniformes nuevos sobre un cuerpo podrido. La gusanera sigue viva: solo aprendió a silbar el himno de la transformación.
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Los municipios del Estado de México siguen siendo el vientre donde fermenta la corrupción cotidiana. El PRI cayó, pero sus larvas quedaron bajo la alfombra: nóminas infladas, contratos a modo, sistemas de agua endeudados y oficinas convertidas en ventanillas personales. El OSFEM documentó 2 032 observaciones municipales en la última cuenta pública, un espejo que no miente: los gobiernos locales siguen siendo la cloaca institucional del Edomex. La deuda con la CAEM supera los 11 mil millones de pesos, dinero que los ayuntamientos cobraron a los usuarios pero jamás entregaron. En 21 municipios piden subir tarifas por un servicio que no funciona, mientras Naucalpan conserva uno de los índices más altos de desconfianza ciudadana. Donde algo cambia, no es por estructura, sino por ética individual, esa rareza de funcionarios que todavía creen en la decencia como forma de gobierno. Todo lo demás son uniformes nuevos sobre un cuerpo podrido. La gusanera sigue viva: solo aprendió a silbar el himno de la transformación.
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Juicio con show: cuando Mata toma la escena
El caso del asesinato del exdiputado Francisco Brian Rojas Cano, ocurrido en enero pasado, sigue empantanado en la inercia burocrática. Su madre, Irma Cano Paredes, lleva meses pidiendo justicia, sin respuestas ni avances visibles. Lo que duele no es solo la pérdida, sino la indiferencia institucional: un expediente detenido y una familia abandonada a la desesperación. En medio de ese vacío, aparece el abogado Carlos Mata, un litigante de perfil mediático, más conocido por su protagonismo que por su rigor jurídico. Asociado con Juan Pedro García, convierte los procesos en escenarios y los alegatos en ruido. Que un caso de esta naturaleza termine en manos de un bufete que vive del espectáculo revela la enfermedad del sistema: la justicia mexiquense confunde la visibilidad con la verdad. Mientras la familia clama en silencio, el expediente envejece entre declaraciones huecas. El dolor pide justicia; la burocracia responde con reflectores.
El operador del naufragio
El exdiputado Ricardo Aguilar Castillo anda en plena gira de supervivencia política. Su hiperactividad no es conciencia ni resistencia, sino reflejo: moverse para no desaparecer. En el colmo de su extravío ha tocado la puerta de figuras tan desprestigiadas como Jorge Hank Rhon y Arturo Montiel, buscando interlocución donde solo quedan reliquias del viejo régimen. Aguilar no representa renovación alguna; es otro fruto del peñismo, como Alito Moreno o Cristina Ruiz, convencido de que aún se puede reconstruir poder sin reconstruir decencia. No hay cambio en su discurso, solo melancolía por los privilegios perdidos. El priismo que encarna ya no tiene doctrina ni proyecto: apenas un eco de sí mismo que confunde movimiento con vida.
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El deber de informar
La auditora superior Liliana Dávalos Ham encabeza una de las instituciones más sensibles del Edomex: el OSFEM, guardián del dinero público. Su función no es menor: dar certeza al ciudadano de que cada peso se usa con legalidad y eficacia. Sin embargo, su gestión transcurre en penumbra. Los informes existen, pero no llegan al pueblo, se quedan en la categoría de “confidenciales” o en la burocracia interna. La transparencia no se cumple por decreto, sino por convicción. Dávalos Ham tiene la oportunidad de romper con esa cultura del silencio y establecer una práctica republicana genuina: informar con detalle, abrir expedientes, explicar hallazgos y sanciones. El control del gasto solo tiene sentido si se entiende; de otro modo, se convierte en un ritual vacío. La fiscalización no debe temer a la luz. Si el nuevo Edomex aspira a credibilidad, empieza por ahí: que la auditoría sea pública no solo en forma, sino en espíritu.
La cuña del mismo palo
En Huixquilucan, el expanista y hoy morenista José Antonio “Pepe Toño” García se ha vuelto el principal factor de cohesión… en contra de Enrique Vargas del Villar. Paradójicamente, su presencia —y su insistencia en disputar el territorio— ha logrado lo que nadie más: unir a los inconformes, los desplazados y hasta los indiferentes en torno a una causa común. No es ideología, es instinto de supervivencia política. García conoce el ADN del varguismo porque viene de ahí; sabe dónde duele, cómo operan y qué grietas exponen los años de poder dinástico. Su tránsito al morenismo no fue un salto de fe, sino un movimiento táctico para exhibir que Huixquilucan no es propiedad privada. Vargas lo desprecia porque lo entiende: la amenaza más peligrosa no viene del adversario externo, sino del que conoce la casa por dentro. Pepe Toño es la cuña que recuerda al varguismo que toda hegemonía se agrieta desde su propio tronco.