Se dice que: La reelección como examen moral del poder
Redacción AD Noticias
La reelección, más que continuidad, será el espejo donde se vea si el progresismo mexiquense puede sostenerse sin corromperse.
En Morena, la reelección en 2027 será menos un derecho que una evaluación moral del proyecto. Nadie debe confundirse: no todos volverán. El partido se juega su segunda refundación y la consigna de “continuidad con cambio” solo tendrá sentido si filtra a los que confundieron transformación con administración. Vendrá una depuración silenciosa, una especie de auditoría política donde no bastarán los discursos ni los abrazos de ocasión; contarán los resultados, la disciplina y la lealtad de fondo. En los próximos meses el termómetro será doble: gestión y comportamiento. Quien gobernó con arrogancia, quien olvidó al pueblo o se alió con lo peor del viejo régimen, quedará fuera. No será la dirigencia la que decida, sino los números, los informes, la percepción social y la lectura que haga Delfina Gómez de cada caso. La reelección, más que continuidad, será el espejo donde se vea si el progresismo mexiquense puede sostenerse sin corromperse.
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Los aliados bajo la tormenta
El vendaval que envuelve a Adán Augusto López Hernández por el caso Bermúdez no solo amenaza al senador; arrastra a quienes en el Estado de México se declararon abiertamente sus aliados durante la carrera interna por la candidatura presidencial. Lo que parece una simple filtración judicial tiene el aroma de la revancha política: los que antes le aplaudieron hoy son blanco de una cacería cuidadosamente administrada. El mensaje es claro: en la izquierda también se cobran facturas y los ajustes de cuentas se disfrazan de moral pública. Adán paga por haber tejido la mayoría que permitió las reformas del Plan C, y sus viejos compañeros de ruta pagan por haberlo hecho posible. En los pasillos mexiquenses se multiplican las intrigas, los expedientes resucitan y los murmullos se amplifican. Detrás de cada denuncia hay un cálculo, detrás de cada filtración un adversario con fuero y, peor aún, uno sin él. En el fondo, no es solo una crisis de un hombre, sino la demostración de que el progresismo también tiene su inquisición doméstica.
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El simulacro anticorrupción
Si en algo ha quedado a deber el nuevo régimen es en la lucha contra la corrupción. El discurso se mantiene, pero el sistema sigue funcionando como si nada: la maquinaria de la impunidad apenas cambió de operadores. Las señales son evidentes: ni se castigan las pillerías de los de ayer ni se contienen las de algunos empoderados de hoy. La narrativa moral se desgasta cuando los expedientes duermen en los archiveros y los contratos se asignan con el mismo sigilo de siempre. Delfina Gómez gobierna con decencia personal, pero no con milagros, y el verdadero cáncer no habita en Toluca sino en los gobiernos municipales donde la recaudación es botín, la obra pública moneda de cambio y la policía instrumento de intimidación. El pacto de impunidad con el pasado no es un acuerdo explícito: es una forma de convivencia. La corrupción ya no se grita, se administra; y en esa administración, los viejos vicios encontraron nueva dirección postal.
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El poder que se esconde tras el agua
Los bloqueos por la crisis del agua no son rabietas ciudadanas ni actos espontáneos: son operaciones financiadas y protegidas por quienes controlan el negocio del recurso en el Edomex. El país de las concesiones se volvió el feudo de los traficantes del agua, una red de empresarios, exfuncionarios y líderes sindicales que manejan millones de pesos cada mes vendiendo lo que debería ser un derecho. Bloquean carreteras, secuestran válvulas y amenazan a autoridades porque pueden hacerlo: poseen camiones, contratos y padrinos con nombre y cargo. Su poder viene del dinero y de la cobardía institucional. Las policías municipales no actúan porque los presidentes municipales les deben favores, y el Estado tarda en intervenir por miedo al costo político. Mientras tanto, los pobres cargan cubetas y los cínicos cobran pipas. La verdadera sequía no es de agua, sino de autoridad.
La política que envejece antes de tiempo
Las elecciones en la Facultad de Ciencias Políticas de la UAEMéx confirman la vieja maldición universitaria: todo cambia para seguir igual. La rectora Patricia es una mujer estructurada, con convicciones firmes y una visión ordenada del futuro académico, pero su entorno parece empeñado en demostrar lo contrario. El problema no es la dirección, sino el eco: un asesor que le habla al oído y se asume como su alter ego, un joven con ideas e intenciones seniles que confunde la beligerancia con inteligencia. Desde esa mediocridad altanera se destruye lo que podría haber sido una gestión renovadora y se perpetúa la decadencia que la universidad disfraza de institucionalidad. Qué ironía que en la casa donde se enseña política, tantos sigan practicando intriga. La UAEMéx merecía mejor reflejo que este triste espejo.
