Amaqueme

Se dice que: Los cimientos del infierno

4 de noviembre de 2025

***La 4T no creó el monstruo; lo heredó de cuarenta años de corrupción y abandono. El país no se incendia solo: lo incendian quienes aprendieron a vivir del fuego.

La descomposición de Michoacán no nació con la 4T ni con el asesinato del alcalde de Uruapan, sino con el PRI de Carlos Salinas de Gortari, cuando la liberalización económica pulverizó los equilibrios rurales y abrió las compuertas al dinero sucio. Los clanes locales —como los Valencia, apadrinados por los pactos del salinismo— hallaron en el poder político su cobertura perfecta. El Estado confundió desarrollo con impunidad y la frontera entre autoridad y delincuencia se volvió decorativa. Desde entonces, la corrupción fue el lubricante institucional y el narcotráfico, el socio silencioso del poder.

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Zedillo y la pudrición institucional

Con Ernesto Zedillo, el Estado se vació de ética y se llenó de tecnócratas. Su gobierno aparentó estabilidad mientras el crimen penetraba municipios, fiscalías y cuerpos de seguridad. La anécdota nunca olvidada —su suegro vinculado al clan Valencia— simboliza la consanguinidad entre política y narcotráfico. Durante esos años se consolidaron las rutas de metanfetamina, se privatizó la justicia y se abandonó el campo. Michoacán entendió que la ley servía solo a quien podía pagarla. Allí empezó la descomposición moral del Estado moderno mexicano.

Del cambio al caos

La alternancia del PAN prometió democracia y entregó desorden. Fox gobernó entre el chiste y la distracción; Calderón, ansioso de legitimidad, declaró su guerra y convirtió a Michoacán en campo de exterminio. La militarización pulverizó los controles civiles y multiplicó a los enemigos. Las autodefensas emergieron como reacción desesperada, mezcla de hartazgo y supervivencia. Lo que siguió fue una guerra sin fronteras: la violencia como política pública y la mentira como doctrina de Estado.

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Peña y la entronización del crimen

Con Enrique Peña Nieto, el narco dejó de ser infiltrado para convertirse en estructura. En 2014, Alfredo Castillo fue enviado como virrey a administrar la tragedia con sonrisa tecnocrática. Las autodefensas fueron cooptadas, los templarios mutaron en Viagras y Nueva Familia, y el Estado simuló control con cifras manipuladas. Tanhuato mostró la degradación total: ejecuciones extrajudiciales cubiertas de triunfalismo. Cuando la 4T heredó el cadáver institucional, el poder criminal ya era Estado paralelo. Hoy, ni el asesinato del alcalde de Uruapan escapa a esa genealogía: es la consecuencia directa de cuarenta años de colusión política y económica.

  • El cinismo de los culpables
  • Ahora la oposición —esa cofradía de priistas en funciones y panistas exhaustos, la peor generación que han parido ambos partidos, junto a la comentocracia que alimentan— simula decencia con el descaro de los culpables. Hacen del horror espectáculo, del crimen discurso, del dolor ajeno mercancía política. Es la derecha más miserable, igual o peor que aquella que alguna vez impuso a México un emperador: conservadora, hipócrita y devota del privilegio. No buscan justicia, buscan revancha; no defienden al país, defienden sus feudos. La 4T no creó el monstruo; lo heredó de cuarenta años de corrupción y abandono. El país no se incendia solo: lo incendian quienes aprendieron a vivir del fuego.